miércoles, 30 de marzo de 2011

CRONICA - AQUELLA 19

FERNANDO ESPAÑA




Será, el recuerdo
que en mi,
vivirá.

Alberto Beltrán



Cuando salía de la adolescencia el joven aquel conoció un área del centro de Bogotá, distinto al sector de los “turcos” donde su madre asistía a comprar telas, hilos y otros útiles necesarios para coser el tiempo, así como también lo pintaba a oleo en lienzo estirado.

Por aquellos días, según cifras oficiales, la ciudad no superaba los dos y medio millones de habitantes. Hacía el norte, el Tercer Puente construido en la intercepción de la calle 170 con Autopista Norte, estaba lejano de ser urbanizado. No existía la Circunvalar y en los medios de comunicación se debatía sobre la construcción futura de la Avenida de los Cerros. En el sur, Usme era un poblado como Usaquén, Chía, Engativa y Soacha, municipios hoy con características más barriales que suburbanas. Se hablaba del Distrito Especial a diferencia del Capital. Y la Séptima era, como siempre lo ha sido, la avenida principal de Colombia, pero sin transformarse los domingos en ciclovía, siendo una vía atestada de buses, de distintos colores representativos, de las empresas que incentivaban la “guerra del centavo” entre los conductores, que conllevaría al sistema integrado de transporte décadas después.

Paralela a la Séptima transcurría la infernal Décima, populosa, caótica, estresante, paranoitríz, atravesada por centenares de autobuses con rutas a todos los barrios, colmados de racimos colgantes formados por pasajeros que aruñaban puertas, vidrios y láminas para llegar a tiempo a firmar tarjeta en el trabajo o al abrazo cálido del descanso en sus hogares, mientras los “raponeros” con sus veloces carreras incrementaban el porcentaje de movilidad de aquella capital.

-         ¡Agárrenlo!

Algunas veces, esos pichones de pillos extraviaban su huida acosados por sus asaltados, y en otras ocasiones hasta por la misma policía, que con el bolillo en una mano y, con la otra en la funda, para que la pistola no saliera expulsada, corrían fugitivos, centellantes, desplazándose en zigzag a través de los vehículos que avanzaban por la Avenida Diecinueve, en ascenso hacia las montañas orientales que son el telón verde de una metrópoli que comienza, allá, su encuentro con un cielo azul que noctámbulo titila estrellas.

-         ¡Cogió pa´l norte, por la octava!

En la Carrera Octava con Avenida Diecinueve comenzaba el goce salsero en La Gaíté, un amanecedero gestado por un futbolista, Hernando “El Mono” Tovar, quién cómo buen santafereño respondía gozoso a Senén Mosquera, el portero del rival Millonarios, su compañero en la Selección Colombia, quién había inaugurado en Chapinero, al parecer, la primera salsoteca capitalina: Mozambique.

La Gaité estaba ubicada en Las Nieves, entre la plaza donde está erigida la estatua a Francisco José de Caldas y donde se localizaban las casetas de la Diecinueve, antes de la construcción del Centro Comercial Omni, sede de los disqueros emergentes después de la alcaldía de Pastrana. Una localidad de la ciudad copada de establecimiento nocturnos con música en vivo, que obligaba a la conformación y estabilidad de grupos de raspa, salsa, jazz, serenatas, mariachis y rock and roll. Por entonces, los discjockeys sufrían de importancia poca.

-         ¡Ahí va, atrapénlo!

Un buen número de esos músicos, especialmente los tropicales, remataban su jornada laboral en La Gaité, adonde arribaban a beberse unos tragos de ron, bailar salsa con la pareja de turno, darse un toque de popularidad con la farándula de radio, prensa y televisión - entre ellos Fernando González Pacheco y María Eugenia Davila, subirse a descargar con la orquesta dirigida por el trompetista cubano Benny Bustillo -quién fuera trompetista del conjunto de Arsenio Rodríguez- y, finalmente, a salir a plena luz del día con destino al Pasaje de la Macarena, a tomar caldo con carne de costilla para contrarrestar en algo la embriaguez de la madrugada, siendo observados por gamines hambrientos esperanzados en un mendrugo de arepa.

-         ¡Por el pasaje, señor agente, por el pasaje!

Contiguo al restaurante de doña Berta, se encontraba ubicada una cafetería que sus asistentes, músicos y locutores, apodaron Orines Hilton, por cierto olorcillo en el ambiente. Era el punto de encuentro diario para degustar el café preparado por doña Rosita entretanto se conversaba de todo y de nada, se tarareaban canciones como Buenaventura y Caney y los músicos, afrodescendientes en altísimo porcentaje vecinos del barrio Santa Fe, esperaban que algún empresario, productor, promotor, dueño de taberna, administrador de pizzería o pareja a casarse, los contratara para de inmediato ensayar el “ven tú, y tú, y tú", después de almorzar sábalo acompañado de arroz con coco y jugo de borojó donde Aristarco Perea, el Viejo Arista. Hasta esa coordenada arribaban los actores del Teatro Libre para reforzar a su Son del Pueblo.

-         Agente, subió por la veinte, rumbo a la iglesia

Resaca que ayudaban a menguar consumiendo bombas con ostras y ceviches de camarón, que mulatos de “African Look”, a semejanza de Ángela Davis, The Jackson Five o Diego Edison Umaña, mezclaban en vino, ron o brandy y en salsa de tomate, mostaza, cebolla picada, gotas de limón y ají, mientras fluía el timbre de Justo Betancourt, para nombrar sólo a uno de los soneros que se programaban en las reproductoras de casete, en el buen número de ostrerías y cevicherías existentes, tanto en la Diecinueve como en sectores de la Séptima, de la Décima, de la Caracas, del Restrepo, del Kennedy, de la Setenta y dos, de la Quince y de la Cien, en la Bogotá de entonces, anterior a la puesta en marcha de una otrora Olímpica Estéreo, sabrosa como ninguna otra.

Distinto y diferente,
va mi son,
distinto y diferente…

Era la misma música que ese joven, desde su preadolescencia, escuchaba en programas especializados de las radios bogotana y colombiana, como los amenizados por el acento caribe de Miguel Granados Arjona, que en últimas eran los ritmos que sus tíos calificaban de antillanos y que oían, bailaban y coleccionaban en acetatos publicados en Colombia con anterioridad a 1968, año que se afirma como hito de la presentación del primer corte de salsa en la capital colombiana.

En esos acetatos enmarcados en carátulas de marcas: Fuentes, Gema, Tropical, Seeco, Alegre, Tico, United Artists, Fonseca y hasta Fania, estaban grabados e impresos mambos, pachangas, chachachás, boleros, sones, guarachas, boogaloos y bombas interpretados por músicos puertorriqueños como Tito Puente, Tito Rodríguez, Joe Quijano, Joe Cuba, Pete Rodríguez, Orlando Marín, Rafael Cortijo o El Gran Combo, sin mencionar el material en cantidades sobresalientes de la Sonora Matancera, de la Orquesta Aragón, de la Banda Gigante de Benny Moré, de Pérez Prado y, de cuántos artistas cubanos más, que ansiosos aparecían entre esos anaqueles buscando agujas para dejarse escuchar, cuando los 14 Cañonazos eran álbumes compilatorios antológicos.

-         ¡Por la quinta, por la quinta!

En el Orines Hilton era cotidiano hallar, dando inició a su bohemia diaria, a la mayoría de los músicos provenientes de las costas atlántica y pacifico que gestaron el primer movimiento orquestal salsero de la ciudad. Allí se agendaban Washington Cabezas, Willie Salcedo, Pantera, Emanuel Cuero, Jairo Varela, Alexis Lozano y el peruano Manuel Ramírez, los creadores de Washington y sus Latinos, Camaguey Orquesta, Grupo Niche, Guayacán Orquesta y Yambeque Orquesta. Arribaban sobrevivientes de grandes orquestas de música tropical como a las que estuvieron vinculados Joe Madrid, Jairo Licasale, Adolfo Castro y el panameño Marcos Gilkes, y los cubanos Benny Bustillo -"El Maestro de Todos"-, “El Chiquí” Tamayo y Antonio Oxamendí, responsable de algunos arreglos de ese Grupo Niche que maravillaba antes de trastearse a Cali. Otros foráneos eran los peruanos Alfredito Linares, Augusto Villanueva y Saoco Rodríguez, quienes dejarían este escenario para residenciarse fuera, como lo efectuarían luego más visitantes de la cafetería colindante a Caracol Radio, entre ellos, fundadores de Niche y Guayacán como Álvaro del Castillo, Moncho Santana, Oswal Serna, Jorge Bazzan, Richie Valdés, Nicolás Macabi, Saulo Sánchez, Denilson Ibarguen, Los Viveros...

Al pasito,
como eh…

En verdad, en esta coordenada, al lado del edificio de la primera cadena de radiodifusión colombiana, surgió la Colombia All Stars, iniciativa de Ley Martín, Jimmy Salcedo y Joe Madrid, reclutador de los músicos “bogotanos” que aunados a los provenientes de Medellín, Barranquilla y Cali realizarían un concierto en Barranquilla y un programa especial de televisión. Pero hasta ahí llegó el sueño aglutinador. Aún en las añejas paredes del establecimiento público de doña Rosita, venido a menos con el traslado de Caracol Radio a la Zona Industrial, resuenan los ecos con la infinidad de conversas que originaron canciones y bandas, no sólo de salsa, sino de jazz y jazz latino, que fueron dial de un día o que permanecieron en el anónimato como las creadas por Plinio Córdoba, Armando Manrique, Gabriel Rondón o los hermanos Escobar, quienes hicieron de los bares de jazz ubicados más allá de Chapinero, sus fortínes. Cuando los músicos pastusos y sus amigos aún no controlaban la noche de la ciudad más cerca a las estrellas.

-         ¡Por la quinta, señor agente, hacia el sur!

Por entonces, los estudios de Caracol Radio estaban ubicados en el costado norte de la  Diecinueve, entre las carreras Octava y Novena. Allí laboraban Hernán Peláez Restrepo, Jaime Ortíz Alvear, Julio Sánchez Cristo, Benjamín Puello Enríquez, Ley Martín e Iber Marino Cárdenas y demás locutores que frecuentaban el cafetín de los músicos y las casetas de la orilla opuesta para adquirir discos, y enterarse de cuales eran los temas de moda en las salsotecas y barrios de la ciudad, y ponerse al día en noticias del mundillo para luego emitirlas en el programa sabatino que la Emisora Nuevo Mundo transmitía, en competencia con las otras estaciones básicas de las cadenas RCN, Todelar, Super o Sutatenza, las que, igualmente, desde las ocho enlazaban en carrusel sus frecuencias en las capitales de los departamentos, para informar durante cuatro horas, desde cada una ellas. Era tanto el furor que las directivas de Caracol Radio crearon en F. M. la primera emisora salsera para el centro del país.

-         ¡Va corriendo por Quiebra Canto!

Bienvenida Estéreo duró un breve tiempo, pese a una nómina que incluía a dos principalísimas figuras de la televisión nacional, Fernando González Pacheco y Carlos Benjumea, además de  contar con Granados Arjona, "El Viejo Mike", pero las gentes de la estación cometieron el error que desde entonces incurren todas las programaciones salseras de la capital: programar discos sin ton ni son, egoanimados por locutores sin fundamento teórico, insensibles a la música, incapaces de formar oyentes, sin autonomía para lanzar artistas independientes y obligados a programar los productos nuevos y recurrentes producidos por las multinacionales del disco, tal como están atados al material de archivo y clásico de épocas históricas. Es decir, muchas ganas con una vergonzante dependencia mental al poder de la industria y el mercado, agravado por ese nostálgico culto al pasado, que imposibilita conocer el presente como plataforma de formación de nuevos públicos.

-         ¡Agente, agente, dobló por la diecisiete, hacia abajo, corriendo como hacia la Décima!

Para el joven caminar lentamente entre las casetas apostadas, una a una, frente a frente, deteniéndose a oír los sones que emigraban desde cada una de ellas, acercándose dubitativo a observar la carátula en manos del potencial comprador e, indiscreto, al escuchar la conversación guiada por el vendedor, era como aproximarse “en realidad” a ese universo salsero ubicado en el Caribe edénico y en el Nueva York latino, era como vivir de cerca un encuentro cercano de tercer tipo, que era el título de una saga de películas de Steven Spielberg, comidilla por aquellos días de radio.

Durante un buen tiempo, esa fue su rutina diaria después de asistir a clases, acelerar el paso para llegar pronto a la Diecinueve entre carreras Séptima a Novena, a caminar quedo con los oídos atentos y los ojos a visor, inmiscuido entre las casetas azul aguamarina que ofrecían la música del mundo a los bogotanos insatisfechos con la oferta discográfica de las emisoras, aunque en ningún momento con la salsa emocionada de las emisoras básicas y del Viejo Mike, a quién reconocería en ese microcosmos, cuando jugaba fútbol idealizando ser el diez del Deportivo Cali, contando en los bolsillos con las monedas suficientes para retornar a su casa, a bordo de uno de esos destartalados buses, bochornos malolientes a gasolina caliente, aceite quemado y pedos inhumanos, que transitaban apretadamente la Décima.

      -   ¡Cójanlo...!

Se oía gritar afuera...



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