miércoles, 30 de marzo de 2011

CRONICA - AQUELLA 19

FERNANDO ESPAÑA




Será, el recuerdo
que en mi,
vivirá.

Alberto Beltrán



Cuando salía de la adolescencia el joven aquel conoció un área del centro de Bogotá, distinto al sector de los “turcos” donde su madre asistía a comprar telas, hilos y otros útiles necesarios para coser el tiempo, así como también lo pintaba a oleo en lienzo estirado.

Por aquellos días, según cifras oficiales, la ciudad no superaba los dos y medio millones de habitantes. Hacía el norte, el Tercer Puente construido en la intercepción de la calle 170 con Autopista Norte, estaba lejano de ser urbanizado. No existía la Circunvalar y en los medios de comunicación se debatía sobre la construcción futura de la Avenida de los Cerros. En el sur, Usme era un poblado como Usaquén, Chía, Engativa y Soacha, municipios hoy con características más barriales que suburbanas. Se hablaba del Distrito Especial a diferencia del Capital. Y la Séptima era, como siempre lo ha sido, la avenida principal de Colombia, pero sin transformarse los domingos en ciclovía, siendo una vía atestada de buses, de distintos colores representativos, de las empresas que incentivaban la “guerra del centavo” entre los conductores, que conllevaría al sistema integrado de transporte décadas después.

Paralela a la Séptima transcurría la infernal Décima, populosa, caótica, estresante, paranoitríz, atravesada por centenares de autobuses con rutas a todos los barrios, colmados de racimos colgantes formados por pasajeros que aruñaban puertas, vidrios y láminas para llegar a tiempo a firmar tarjeta en el trabajo o al abrazo cálido del descanso en sus hogares, mientras los “raponeros” con sus veloces carreras incrementaban el porcentaje de movilidad de aquella capital.

-         ¡Agárrenlo!

Algunas veces, esos pichones de pillos extraviaban su huida acosados por sus asaltados, y en otras ocasiones hasta por la misma policía, que con el bolillo en una mano y, con la otra en la funda, para que la pistola no saliera expulsada, corrían fugitivos, centellantes, desplazándose en zigzag a través de los vehículos que avanzaban por la Avenida Diecinueve, en ascenso hacia las montañas orientales que son el telón verde de una metrópoli que comienza, allá, su encuentro con un cielo azul que noctámbulo titila estrellas.

-         ¡Cogió pa´l norte, por la octava!

En la Carrera Octava con Avenida Diecinueve comenzaba el goce salsero en La Gaíté, un amanecedero gestado por un futbolista, Hernando “El Mono” Tovar, quién cómo buen santafereño respondía gozoso a Senén Mosquera, el portero del rival Millonarios, su compañero en la Selección Colombia, quién había inaugurado en Chapinero, al parecer, la primera salsoteca capitalina: Mozambique.

La Gaité estaba ubicada en Las Nieves, entre la plaza donde está erigida la estatua a Francisco José de Caldas y donde se localizaban las casetas de la Diecinueve, antes de la construcción del Centro Comercial Omni, sede de los disqueros emergentes después de la alcaldía de Pastrana. Una localidad de la ciudad copada de establecimiento nocturnos con música en vivo, que obligaba a la conformación y estabilidad de grupos de raspa, salsa, jazz, serenatas, mariachis y rock and roll. Por entonces, los discjockeys sufrían de importancia poca.

-         ¡Ahí va, atrapénlo!

Un buen número de esos músicos, especialmente los tropicales, remataban su jornada laboral en La Gaité, adonde arribaban a beberse unos tragos de ron, bailar salsa con la pareja de turno, darse un toque de popularidad con la farándula de radio, prensa y televisión - entre ellos Fernando González Pacheco y María Eugenia Davila, subirse a descargar con la orquesta dirigida por el trompetista cubano Benny Bustillo -quién fuera trompetista del conjunto de Arsenio Rodríguez- y, finalmente, a salir a plena luz del día con destino al Pasaje de la Macarena, a tomar caldo con carne de costilla para contrarrestar en algo la embriaguez de la madrugada, siendo observados por gamines hambrientos esperanzados en un mendrugo de arepa.

-         ¡Por el pasaje, señor agente, por el pasaje!

Contiguo al restaurante de doña Berta, se encontraba ubicada una cafetería que sus asistentes, músicos y locutores, apodaron Orines Hilton, por cierto olorcillo en el ambiente. Era el punto de encuentro diario para degustar el café preparado por doña Rosita entretanto se conversaba de todo y de nada, se tarareaban canciones como Buenaventura y Caney y los músicos, afrodescendientes en altísimo porcentaje vecinos del barrio Santa Fe, esperaban que algún empresario, productor, promotor, dueño de taberna, administrador de pizzería o pareja a casarse, los contratara para de inmediato ensayar el “ven tú, y tú, y tú", después de almorzar sábalo acompañado de arroz con coco y jugo de borojó donde Aristarco Perea, el Viejo Arista. Hasta esa coordenada arribaban los actores del Teatro Libre para reforzar a su Son del Pueblo.

-         Agente, subió por la veinte, rumbo a la iglesia

Resaca que ayudaban a menguar consumiendo bombas con ostras y ceviches de camarón, que mulatos de “African Look”, a semejanza de Ángela Davis, The Jackson Five o Diego Edison Umaña, mezclaban en vino, ron o brandy y en salsa de tomate, mostaza, cebolla picada, gotas de limón y ají, mientras fluía el timbre de Justo Betancourt, para nombrar sólo a uno de los soneros que se programaban en las reproductoras de casete, en el buen número de ostrerías y cevicherías existentes, tanto en la Diecinueve como en sectores de la Séptima, de la Décima, de la Caracas, del Restrepo, del Kennedy, de la Setenta y dos, de la Quince y de la Cien, en la Bogotá de entonces, anterior a la puesta en marcha de una otrora Olímpica Estéreo, sabrosa como ninguna otra.

Distinto y diferente,
va mi son,
distinto y diferente…

Era la misma música que ese joven, desde su preadolescencia, escuchaba en programas especializados de las radios bogotana y colombiana, como los amenizados por el acento caribe de Miguel Granados Arjona, que en últimas eran los ritmos que sus tíos calificaban de antillanos y que oían, bailaban y coleccionaban en acetatos publicados en Colombia con anterioridad a 1968, año que se afirma como hito de la presentación del primer corte de salsa en la capital colombiana.

En esos acetatos enmarcados en carátulas de marcas: Fuentes, Gema, Tropical, Seeco, Alegre, Tico, United Artists, Fonseca y hasta Fania, estaban grabados e impresos mambos, pachangas, chachachás, boleros, sones, guarachas, boogaloos y bombas interpretados por músicos puertorriqueños como Tito Puente, Tito Rodríguez, Joe Quijano, Joe Cuba, Pete Rodríguez, Orlando Marín, Rafael Cortijo o El Gran Combo, sin mencionar el material en cantidades sobresalientes de la Sonora Matancera, de la Orquesta Aragón, de la Banda Gigante de Benny Moré, de Pérez Prado y, de cuántos artistas cubanos más, que ansiosos aparecían entre esos anaqueles buscando agujas para dejarse escuchar, cuando los 14 Cañonazos eran álbumes compilatorios antológicos.

-         ¡Por la quinta, por la quinta!

En el Orines Hilton era cotidiano hallar, dando inició a su bohemia diaria, a la mayoría de los músicos provenientes de las costas atlántica y pacifico que gestaron el primer movimiento orquestal salsero de la ciudad. Allí se agendaban Washington Cabezas, Willie Salcedo, Pantera, Emanuel Cuero, Jairo Varela, Alexis Lozano y el peruano Manuel Ramírez, los creadores de Washington y sus Latinos, Camaguey Orquesta, Grupo Niche, Guayacán Orquesta y Yambeque Orquesta. Arribaban sobrevivientes de grandes orquestas de música tropical como a las que estuvieron vinculados Joe Madrid, Jairo Licasale, Adolfo Castro y el panameño Marcos Gilkes, y los cubanos Benny Bustillo -"El Maestro de Todos"-, “El Chiquí” Tamayo y Antonio Oxamendí, responsable de algunos arreglos de ese Grupo Niche que maravillaba antes de trastearse a Cali. Otros foráneos eran los peruanos Alfredito Linares, Augusto Villanueva y Saoco Rodríguez, quienes dejarían este escenario para residenciarse fuera, como lo efectuarían luego más visitantes de la cafetería colindante a Caracol Radio, entre ellos, fundadores de Niche y Guayacán como Álvaro del Castillo, Moncho Santana, Oswal Serna, Jorge Bazzan, Richie Valdés, Nicolás Macabi, Saulo Sánchez, Denilson Ibarguen, Los Viveros...

Al pasito,
como eh…

En verdad, en esta coordenada, al lado del edificio de la primera cadena de radiodifusión colombiana, surgió la Colombia All Stars, iniciativa de Ley Martín, Jimmy Salcedo y Joe Madrid, reclutador de los músicos “bogotanos” que aunados a los provenientes de Medellín, Barranquilla y Cali realizarían un concierto en Barranquilla y un programa especial de televisión. Pero hasta ahí llegó el sueño aglutinador. Aún en las añejas paredes del establecimiento público de doña Rosita, venido a menos con el traslado de Caracol Radio a la Zona Industrial, resuenan los ecos con la infinidad de conversas que originaron canciones y bandas, no sólo de salsa, sino de jazz y jazz latino, que fueron dial de un día o que permanecieron en el anónimato como las creadas por Plinio Córdoba, Armando Manrique, Gabriel Rondón o los hermanos Escobar, quienes hicieron de los bares de jazz ubicados más allá de Chapinero, sus fortínes. Cuando los músicos pastusos y sus amigos aún no controlaban la noche de la ciudad más cerca a las estrellas.

-         ¡Por la quinta, señor agente, hacia el sur!

Por entonces, los estudios de Caracol Radio estaban ubicados en el costado norte de la  Diecinueve, entre las carreras Octava y Novena. Allí laboraban Hernán Peláez Restrepo, Jaime Ortíz Alvear, Julio Sánchez Cristo, Benjamín Puello Enríquez, Ley Martín e Iber Marino Cárdenas y demás locutores que frecuentaban el cafetín de los músicos y las casetas de la orilla opuesta para adquirir discos, y enterarse de cuales eran los temas de moda en las salsotecas y barrios de la ciudad, y ponerse al día en noticias del mundillo para luego emitirlas en el programa sabatino que la Emisora Nuevo Mundo transmitía, en competencia con las otras estaciones básicas de las cadenas RCN, Todelar, Super o Sutatenza, las que, igualmente, desde las ocho enlazaban en carrusel sus frecuencias en las capitales de los departamentos, para informar durante cuatro horas, desde cada una ellas. Era tanto el furor que las directivas de Caracol Radio crearon en F. M. la primera emisora salsera para el centro del país.

-         ¡Va corriendo por Quiebra Canto!

Bienvenida Estéreo duró un breve tiempo, pese a una nómina que incluía a dos principalísimas figuras de la televisión nacional, Fernando González Pacheco y Carlos Benjumea, además de  contar con Granados Arjona, "El Viejo Mike", pero las gentes de la estación cometieron el error que desde entonces incurren todas las programaciones salseras de la capital: programar discos sin ton ni son, egoanimados por locutores sin fundamento teórico, insensibles a la música, incapaces de formar oyentes, sin autonomía para lanzar artistas independientes y obligados a programar los productos nuevos y recurrentes producidos por las multinacionales del disco, tal como están atados al material de archivo y clásico de épocas históricas. Es decir, muchas ganas con una vergonzante dependencia mental al poder de la industria y el mercado, agravado por ese nostálgico culto al pasado, que imposibilita conocer el presente como plataforma de formación de nuevos públicos.

-         ¡Agente, agente, dobló por la diecisiete, hacia abajo, corriendo como hacia la Décima!

Para el joven caminar lentamente entre las casetas apostadas, una a una, frente a frente, deteniéndose a oír los sones que emigraban desde cada una de ellas, acercándose dubitativo a observar la carátula en manos del potencial comprador e, indiscreto, al escuchar la conversación guiada por el vendedor, era como aproximarse “en realidad” a ese universo salsero ubicado en el Caribe edénico y en el Nueva York latino, era como vivir de cerca un encuentro cercano de tercer tipo, que era el título de una saga de películas de Steven Spielberg, comidilla por aquellos días de radio.

Durante un buen tiempo, esa fue su rutina diaria después de asistir a clases, acelerar el paso para llegar pronto a la Diecinueve entre carreras Séptima a Novena, a caminar quedo con los oídos atentos y los ojos a visor, inmiscuido entre las casetas azul aguamarina que ofrecían la música del mundo a los bogotanos insatisfechos con la oferta discográfica de las emisoras, aunque en ningún momento con la salsa emocionada de las emisoras básicas y del Viejo Mike, a quién reconocería en ese microcosmos, cuando jugaba fútbol idealizando ser el diez del Deportivo Cali, contando en los bolsillos con las monedas suficientes para retornar a su casa, a bordo de uno de esos destartalados buses, bochornos malolientes a gasolina caliente, aceite quemado y pedos inhumanos, que transitaban apretadamente la Décima.

      -   ¡Cójanlo...!

Se oía gritar afuera...



viernes, 25 de marzo de 2011

UN PERSONAJE - MIGUEL GRANADOS ARJONA




NULVALLUE

Es uno de los recuerdos más fuertes de su niñez que comenzó en 1929. Otro, es el de las calles polvorientas y calurosas del barrio de Revolo, el más popular de Barranquilla, la cuna de Nelson Pinedo y Memuerde García. Allí también nacieron sus cinco hermanos. Y allí, todos sintieron la disciplina draconiana de su padre, un moreno barranquillero, que llegaba a tal punto que obligaba a pedirle permiso para poder asomarse a la puerta.

Siempre, a las 4 de la mañana, don Eduardo Granados, su padre, encendía el viejo transistor de banda corta para sintonizar con absoluta fidelidad las emisoras cubanas. Mientras, en la cama de al lado, él soñaba arrullado por el Trío Matamoros, La Casino de la Playa, Beny Moré, Ñico Saquito, Primitivo Santos...

Este año Miguel Granados Arjona, el viejo Mike, cumplió 63 años. La mayoría en la salsa. Aunque la modestia le impide reconocerlo, es el pionero de la difusión en Bogotá de ese ritmo afrocaribeño y la persona en el país que más sabe de la Sonora Matancera.

Es el hombre que le cambió el bailado a los bogotanos. Con su voz gruesa y su hablar lento, recuerda todo el trabajo que le costó lograrlo: los madrazos de los cachacos que consideraban que estaba alterando el orden capitalino, las pifias de los dueños de emisora que aseguraban que era un ritmo pesado y la pobreza, esa que muchas veces deben acarrear todos aquellos que abren camino para que otros lo recorran con mejor suerte.

Nadie se salva de la rumba
a cualquiera lo lleva hasta la tumba,
La rumba no tiene raza
pa la rumba no hay color,
La rumba se baila en masa
así haga frío o calor...

También recuerda cuando era, indefectiblemente, el maestro de ceremonias de todas las presentaciones de las estrellas de salsa en Colombia. Su presencia era prenda de garantía. También trae a la memoria el día que conoció a Rogelio González y a Celia Cruz, los pilares de la Sonora. Desde entonces mantienen una buena amistad.

Con la delicadeza de un abuelo, acaricia la grabadora que está sobre el escritorio. Acomoda sus gafas de lentes gruesos que han ceñido su nariz, mira la pequeña oficina de paredes claras y muebles grises y recuerda que él quería ser médico, pero la pobreza no lo dejó.

De lo único que vivía la familia era de lo que se vendía en la tienda. Casa a donde se trasteaban, casa en la que había que dejar un cuarto para el negocio. Más que por los precios o la calidad, muchos iban a comprar allá porque el transitor permanecía encendido recibiendo la señal de los programas de Punto Cubano que transmitían desde la isla y que hicieron famosos a Celina y Reutilio.

Y esa onda tempranera del son tocó a muchos en el barrio. A los 16 años, cuando era bachiller del colegio de Barranquilla para varones, era común que se colara en las fiestas para mayores o que armara con sus amigos una propia. Los 2 pesos con 50 centavos que aportaba cada uno daba derecho a un sancochito, unos tragos de sifón y la bailada. Porro, cumbia, danzón, son, guaracha, bolero... estaban incluidos en las tandas que lanzaban los picoteros.

El viejo Mike es pulido en el hablar. En parte obra de su bachillerato en filosofía y letras; en parte por su experiencia al lado de grandes de la locución costeña como Manuel Villarreal y Marcos Pérez. Todos le decían que tenía buena voz.

Cuando estaba en tercero de bachillerato comenzó a trabajar como locutor en Barranquilla en una emisora en la que, de domingo a domingo y durante ocho horas diarias, debía redactar y leer las cuñas, anunciar los discos y hasta hacer los servicios sociales. Luego pasó por las grandes de la costa.

Una noche de marzo de 1952, recostado en su cama y después de haber consultado a quienes creía conveniente, decidió cambiar de rumbo: el nuevo era Bogotá. Había una oferta de trabajo y una mala situación económica en la casa. Con unos pocos corotos, una mujer igual de joven que él y un frío que todavía no se le quita, llegó, pero curiosamente no a hablar de salsa, sino de vallenato. Su programa se llamaba El rincón costeño. Y barría con la sintonía.

Las pocas posibilidades económicas atentaron contra su constancia. Durante dos años fue visitador médico. Volvió a la radio, regresó a trabajar a Barranquilla, de ahí pasó a Buenaventura y luego a Cali. En el puerto los vaporinos, esos marinos de la Flota Mercante que regresaban de Nueva York con las maletas repletas de discos de la Riverside, la Sonora Matancera, Tito Rodríguez... lo tentaron por primera vez.

La segunda, fue obra de dos amigos que le insistieron: Mira, viejo Mike, hay un ritmo que se llama salsa y que está entrando duro por Barranquilla. No lo dudó: los bogotanos tenían que cambiar el paso.

En 1968 se colocó el primer disco de salsa en Bogotá. Fue en Radio Continental de Todelar y fue escogido y presentado por él.

Pero la dicha duró poco. Los programas, según los dueños de la emisora, eran muy fuertes para el gusto capitalino, y Mike era un loco por pretender cambiar las cosas.

Pero él abrió otra puerta. La de La voz de Bogotá, que curiosamente también es de Todelar. Haciéndose el loco, soportando los madrazos de los cachacos iracundos, y animado por las felicitaciones de los nuevos salseros, siguió adelante. Al poco tiempo algunas zonas de Bogotá comenzaron a cambiar. Chapinero, por ejemplo.

Cerca a la Iglesia de Lourdes, en la 63 arriba de la carrera 13, apareció Mozambique, la primera discoteca exclusivamente de salsa en la capital. Luego llegó la Negra Esperanza, la más grande coleccionista de salsa que ha tenido Cali, luego Paladium, La Escalinata, La Montaña del Oso, Sol de Media Noche... En ellas dejó mucho de su vida y de sus pesos en bohemia y mujeres. Al fin y al cabo, había que estar en la rumba para hablar de la rumba.

Le di la mano a una gitana ayer,
para saber de mi buena fortuna,
y me dijo tú tendrás amores,
pero fortuna no tendrás ninguna...

De eso también le aprendieron Jaime Ortiz Alvear y Guillermo Monsalve, dos de sus alumnos y dos de los más conocidos salseros de la radio en Colombia.

El viejo Mike ha estado a punto de cambiar de solar, de decir definitivamente adiós. Desde 1987 y hasta el año pasado: se retiró de la radio, se dedicó sin fortuna a los negocios, estuvo a punto de morir de peritonitis, fue sometido a tres cirugías y hasta probó suerte en La Gran Manzana Nueva York, pero no pasó el cursito para quedarse.

Sentado en un sillón y viendo como después de tantos años y motivos en contra de él su mujer continúa fiel a su lado, y como poco a poco sus cinco hijos han ido dejando ya mayores la casa del barrio Santa Isabel, Mike recibió el año pasado un nuevo llamado.

Los hermanos Herrera Lozano decidieron crear en Bogotá la primera emisora exclusivamente de salsa: Radio K, y uno de sus ases fue Miguel. El riesgo valió la pena. Hoy es una de las emisoras musicales que más se escucha en Bogotá, según las encuestas. Eso lo motiva, le da una nueva razón para seguir adelante.

Mike se levanta de la silla y, con sus cerca de 1.80 metros de estatura, se pierde por un estrecho pasillo rumbo al estudio. Allí, en algún lugar del anaquel reposa un viejo disco de César Miró que canta Celio González con la Sonora Matancera...

Todos vuelven a la tierra en que nacieron
al embrujo incomparable de su amor
Todos vuelven a la ruta del recuerdo
donde, acaso, floreció más de un amor
Bajo el árbol solitario del pasado
cuántas veces nos ponemos a soñar?
Que es santo el amor en la tierra
Que linda es la ausencia que deja el ayer
Belén, la rumba te llama, tú ves...

Fuente: eltiempo.com
Sección: Información general
Fecha de publicación: 6 de diciembre de 1992
Autor: NULLVALUE

lunes, 21 de marzo de 2011

¡QUE VIVA BOGOTA!

       
RODRIGO BLANCO CALDERON

              Tomé el vuelo de Caracas hacia Bogotá con un exceso en el equipaje donde guardaba las expectativas. La emoción de conocer a escritores como Volpi, Neuman o Thays (soy lector infaltable del Moleskine Literario), se mezclaba con los nervios por los eventos en que debía participar y con la propia ilusión que me generaba conocer la capital de Colombia (también conocida como la Capital Mundial del Libro). Iba, también, con el radar de escritores o lecturas raras encendido, dispuesto a captar las ondas particulares de obras por descubrir. La pesquisa arrojó, por ejemplo, el nombre de Tomás González. Un escritor que me recomendaron con fruición. Antonio García Ángel, el entusiasta responsable, llegó incluso a regalarme un ejemplar de una novela de González que le habían devuelto, al fin, después de mucho tiempo. Debo aclarar que no recuerdo el título de la novela en cuestión porque no la tengo en mis manos. Ese libro debe de estar ahora en Cochabamba, en la mesa de noche del boliviano Rodrigo Hasbún, a quien incautamente le pedí que me lo guardara y a quien se me olvidó pedirle que me lo devolviera.

            No obstante, el nombre que con misteriosa insistencia escuché fue el de un joven escritor que, a pesar de haber nacido en 1951, de seguro podría haber asistido a Bogotá 39, evento que convocó durante algunos días a 39 escritores menores de 39 años que, según el jurado seleccionador, son representativos de la nueva narrativa latinoamericana. Y digo que de seguro podría haber asistido porque, a pesar de haber nacido hace más de cincuenta años, el escritor que tanto me recomendaron todavía tiene 25 años: la edad en que me dicen que se suicidó, allá por 1977, el joven escritor Andrés Caicedo.

            La primera referencia la tuve el mismo día de mi llegada. El miércoles 22 de agosto a las cinco de la tarde, aproximadamente, recibí los ejemplares de la revista Piedepágina donde los autores de Bogotá 39 contaban la historia de la escritura de alguno de sus libros. Allí pude leer un artículo de Alberto Fuguet titulado “¿Es Andrés Caicedo un autor local?”. Título que yo, en el momento, abrevié y cambié por “¿Es Andrés Caicedo un autor?”. La modificación instintiva que hice no hizo, y esto lo comprobé al terminar de leer el artículo, sino darle la razón a Fuguet, quien fustigaba y fugueteaba al mundo editorial contemporáneo por no permitir, precisamente, que la literatura de los diversos países de América Latina circulara sin la mediación de las grandes editoriales de España. Esa noche, durante la cena (¿o habrá sido al día siguiente, durante el desayuno?) Óscar Collazos y John Jairo Junieles completaron con algunos datos bio-bibliográficos la información sobre el escritor: 25 años, joven promesa, pastillas, Que viva la música.

            Fue en la Cinemateca distrital, en la tarde-noche del jueves 23, donde volví a escuchar el nombre de Caicedo. Había que hablar sobre “Los escritores que nos formaron” en una mesa que compartí con Carlos Wynter, Rodrigo Hasbún y Antonio García Ángel. La moderadora, Piedad Bonnet, hizo una pregunta interesante, a contracorriente del tema que nos convocaba: ¿Cuál autor, preguntó Piedad, no volverían a leer? Primero hubo un consenso espontáneo: Mario Benedetti. Luego las intervenciones de cada uno. García Ángel pronunció un nombre polémico, para mí recién conocido: Andrés Caicedo. Dijo como que había que leerlo “pero ya basta”, o “ya está bueno”. De modo que en el camino hacia la galería “Café y libro”, donde sería la última actividad de la jornada, y mientras García Ángel me regalaba el libro de Tomás González, pensé que el tal Caicedo sí era un autor de culto, que levantaba pasiones y saturaciones en las generaciones sucesivas de sus lectores.

            Durante el mismo trayecto aproveché de preguntar por grupos de música locales. Me hablaron (una de las organizadoras, una de las Catalinas) con tono neutro de un grupo que me sonó a “pasitos” (algo steppers, se llamaba) y con verdadera convicción de una orquesta de salsa que sonaba en todas partes: La 33. No sería sino a la noche siguiente, en el bar Punto G, después de la deliciosa conversación sobre música y literatura, que pude escuchar una de sus canciones. Se trata de “La pantera mambo”, una excelente adaptación del clásico tema compuesto por Henry Mancini que identifica a la Pantera Rosa. Esa noche, a golpe de 12, tomaríamos camino hacia Quiebra Canto, un altar de la salsa enclavado en una hermosa y vieja casa de dos pisos, de paredes tapizadas con lo mejor del cine y la música del siglo XX. Allí pude comprobar la calidad de la salsa que se escucha en Bogotá y la pasión con que se baila: un furor que me hizo sentir como en casa. Allí, entre el bullicio del bar, me hablaron nuevamente (otra organizadora, la otra Catalina) de Andrés Caicedo y de La 33. Esta vez como parte de una misma conversación. Y yo no entendía muy bien qué tenía que ver Caicedo con La 33 o, en todo caso, con la salsa. Unas cuantas horas después, y gracias a la clarividencia otorgada por la changua, comenzaría a entrever el sentido superficial de aquella relación. El sentido profundo apenas lo estoy conociendo en esta noche calurosa caraqueña, cuando comienzan a llegarme palabras e imágenes, como un vapor paciente y cumplido, de esa lectura que concluí hacia las 3 o 4 de la tarde, pozo de tiempo que se traga las ideas y los amores. Me refiero a la lectura de la novela de Caicedo, ¡Que viva la música!

            Al hablar de esta novela me invade el pudor del extranjero. Como si al decir algo sobre ella temiera que la Rubia protagonista y el Bárbaro (el más atroz de sus amantes) brotaran de sus páginas, y “me bajaran” cuál gringo distraído, con golpes y amenazas. Tal es el efecto que esta novela, alucinada y alucinante, ha producido en mí. Yo, que en materia de tóxicos jamás he pasado de la vitamina “C”, soñé, días atrás, producto de esta lectura, que inhalaba dos largas líneas de cocaína. Recuerdo haber despertado del sueño un poco golpeado, sintiéndome como la protagonista que amanece en la primera página del libro, rogando que se alejara la mañana con todas sus culpas y todo su cansancio. Lamenté no tener a la mano una changua, plato poderoso, blanco, que a punta de proteínas espanta los estragos la noche. La changua y sus favores recibidos se los debemos (Slavko Zupcic y yo, en representación de Venezuela, única selección que se mantuvo hasta el final) a Guido Tamayo y a Diana Carolina Rey, entrañables baqueanos de la ciudad de Bogotá que nos condujeron a otro templo de la madrugada: El cañón del Chicamocha.

            Pero lo que quería decir es que fue allí, en ese despertar como de novela de Caicedo, que pude comprender el extraño ritmo que, para mí, tuvo el encuentro de Bogotá 39. Esa sensación de que la vida es sueño y que los días empezaban verdaderamente en la noche. Creo que esa inversión fue la que me permitió trasegar por las absurdas mañanas y tardes del hotel Suites Jones donde yo aparecía, como en un sueño, sentado a la misma mesa de Volpi, el autor de En busca de Klingsor, novela que leí con fascinación en el tercer o cuarto semestre de Letras, poco después de haber leído Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Novelas, insisto, que fueron decisivas como solo lo pueden ser los libros a los 18 o 19 años. ¿Cómo explicar entonces aquello? ¿Cómo lidiar con eso? Muy fácil. Esperar a que las horas deshilacharan el mundo de la escritura y sus insólitos encuentros y, como el personaje de la novela Caicedo, encaminarme hacia la noche, hacia la explicación plena del ritmo, hacia la armonía de las razones que prolifera cada vez que escucho y bailo salsa.

            “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”, dice un famoso verso del poeta Vicente Gerbasi. Y así, como siguiendo esta seña, la rubia protagonista de Caicedo va hilando noches como perlas negras de un collar maldito.

Su ritmo es siempre intenso y desgarrador. A ratos genial, a ratos pesada e insoportable, esta novela es un canto desesperado que, así sea por mero ejercicio de voluntad y lucidez, de forcejeo con la sombra, debe ser leído y escuchado. Leyéndola tuve la extraña impresión de que Caicedo había realizado en tiempo real lo que los emblemáticos personajes de Bolaño habían intentado en el campo de la ficción de manera infructuosa: escribir esa “literatura para desesperados” que uno de los tantos interlocutores de ese narrador anónimo que preside, silente, la segunda parte de Los detectives salvajes, atribuye a Ulises Lima y a Arturo Belano.

            La novela también me recordó (la lectura trabaja, al igual que la nostalgia, por asociaciones) a Piedra de mar (1968) de Francisco Massiani, novela de culto para los lectores de literatura venezolana, escrita, al igual que sucede con Caicedo, con el desparpajo y la vitalidad de quien aún no ha cumplido los 25 años. Una escritura joven que transmite a sus jóvenes personajes la desesperación por vivir. Una desesperación que sólo amaina con la calma que proporciona el alcohol, las drogas, la música y el arte.

            Hablando de Massiani. Hoy, después de terminar de leer ¡Que viva la música! fui a visitarlo. Me llevé en el bolso la novela del colombiano. No sé por qué lo hice si ya, como dije, la había terminado. Al llegar, Massiani me preguntó qué tal me había ido en Bogotá. Y como es su costumbre, en lugar de escucharme, se respondió a sí mismo contando sus recuerdos personales de la ciudad. Massiani además de escritor es dibujante. La única vez que visitó Bogotá fue a finales de los setenta cuando presentó su trabajo artístico en una galería cuyo nombre ya no recuerda. Me habló de una noche de pasión con una periodista. Me habló de lo fría y hermosa que era  (y es, agregaba yo) la ciudad de Bogotá. Del estilo inglés que había (y todavía hay, volvía yo a agregar) en muchas de sus casitas de ladrillos.Después Massiani contó, para estupor mío, un detalle que enmarcó su llegada. El poeta Harold Alvarado Tenorio (quien me llevó, en el 2005, durante una visita a Caracas, a conocer personalmente a Massiani) fue a buscarlo al hotel. Estaba contento de verlo pero, a pesar de todo, lucía contrariado. Justo el día anterior, le comentó, se había suicidado un joven y talentoso escritor caleño.

-Era Andrés Caicedo –dijo Massiani.

Yo no pude agregar nada.  



Publicado en ReLectura A.C. Espacio entre Lectores y Escritores.
3 de septiembre de 2007 

lunes, 14 de marzo de 2011

UNA AGRUPACION - TEN CUIDADO CON LA 33

FERNANDO ESPAÑA


Entrevista realizada a Sergio Mejía, fundador, líder, director y bajista de La 33, la poderosa banda del sonido urbano bogotano.

Fernando España (F.E.): La historia de La 33 quizá arranca en Quiebracanto de la Calle 17, ¿Cómo llegan a tocar en este emblemático bar de la rumba salsera en Bogotá?

Sergio Mejía (S.M.): Los amigos de La Mojarra Eléctrica estaban tocando los jueves allí. Nosotros llevábamos un año y medio tratando de tocar salsa –de hecho todavía tratamos de tocarla–, dejamos nuestro material y luego de un año de insistencia con Ismael –administrador–, nos contrataron y comenzamos a tocar periódicamente. Era el año 2003.

F.E.: En ese entonces yo era DJ de Quiebra Canto. Recuerdo que su repertorio lo comenzaron a ajustar hacia los clásicos de la salsa y en especial hacia algunos temas del boogaloo…

S.M.: Mi hermano Santiago y yo no somos grandes conocedores del género, tal vez por eso no hemos hecho las cosas tan ceñidas a como tienen que ser y creo que eso ha sido parte de nuestro éxito. Teníamos acceso a material en partituras y libros como el "Latin Real Book". Empezamos a estudiar y hacer covers buscando nuestro sonido, nos gustaba el sonido de la salsa de los 70´s. "El Tornillo de Guillo", fue el primer tema propio de la orquesta.

F.E.: Cuándo aparece el Mambo de la Pantera?

S.M.: Yo antes tocaba Ska Latino y quería hacer una versión Salsa-Ska de la Pantera Mambo, lo propuse en ese entonces al grupo que tenía y no funcionó, pero sí con La 33. La idea de fusionar –con un conocimiento muy básico– a Pérez Prado con Henry Mancini tuvo mucho éxito.

F.E.: ¿Cómo comienzan a sumar fanáticos…?

S.M.: Tocar en Quiebra Canto fue fundamental para que la gente nos conociera, tocábamos todos los viernes. En ese entonces ninguno de los integrantes de la orquesta vivía de la música. Decidimos hacer el primer disco sin muchas pretensiones. En el lanzamiento convocamos a 450 personas en el lugar y, gracias a "La Pantera Mambo", empezamos a llegar a bares de salsa de la ciudad, a Canadá, Japón. Se empezó a regar nuestro sonido por todas partes y eso hizo que la gente nos empezara a seguir.

F.E.: Ustedes llegan primero a la radio universitaria, por medio de su red de emisoras…

S.M.: El primer paso para darnos a conocer fue por medio de emisoras como LAUD Estéreo, UN Radio y Javeriana Estéreo, y junto al hecho de sonar mucho en los bares, hizo que luego llegáramos a la radio comercial.

F.E.: ¿Por qué La 33 caló tan rápidamente en el público?

S.M.: "La Pantera Mambo" abrió muchas puertas. Esa canción era muy conocida por todos, todo el mundo sabe que existe, no había una versión en salsa. La gente encontró un sonido nuevo, escuchó timbres de voces nuevos, la canción evoca otras épocas. Creo que ese es otro punto a favor de La 33, es una orquesta actual pero que evoca el sonido de la salsa de Nueva York de los 70`s.

F.E.: Creo que no solamente el éxito de La 33 radica en el sonido, también por que responde a una cultura audiovisual y generacional, porque a ustedes los ven en tarima e inmediatamente los identificamos con los jóvenes, así como los jóvenes en el momento comienzan a identificarse visualmente con ustedes como sucede en la cultura del Rock…

S.M.: El Rock fue la escuela de la mayoría de los integrantes de La 33 y por esa razón tenemos una forma de mostrarnos diferente. Creo que también el hecho de sonar viejo y nuevo al mismo tiempo hace que nuestra música guste a personas jóvenes o a otras que llevan años escuchando la Salsa Dura de los 70´s. También el hecho de movernos por todas las esferas sociales ha sido parte del éxito, ya que podemos tocar en la Primera de Mayo o en la 93 sin reparos de ningún tipo.

F.E.: Cómo llegan a Europa?

S.M.: Tres meses después de lanzar el primer disco empezamos a sonar en muchas partes de Europa gracias a Internet. Conocimos a Consuelo Arbeláez, quien es una manager que había movido a Aterciopelados y otros artistas colombianos en esa parte del mundo. Le mostramos nuestra propuesta, le gustó, firmamos un contrato con ella y al siguiente año estábamos tocando allá.

F.E.: Cuando estaban en Europa recordaban su trayectoria en Colombia?

S.M.: Allá nos dimos cuenta de que éramos una banda de bares y no de escenarios grandes, aunque habíamos tocado en Salsa al Parque y un par de conciertos grandes en Colombia, no teníamos todavía la fuerza en escena que si tienen muchos grupos que vimos en Europa. Estamos aun en esa búsqueda, en transmitir esa fuerza en el escenario. Cada vez las giras son más extensas, en escenarios más grandes y ante más seguidores.

F.E.: Es decir, no solamente se debe hacer música si no que se debe proponer una puesta escénica, como la expuesta en Salsa al Parque 2009, que fué arrolladora...

S.M.: Seguimos buscando, estamos trabajando mucho con las luces, tenemos también un Vj quien complementa visualmente nuestro sonido en vivo.

F.E.: La 33 no es solamente una banda de músicos, es una organización musical compuesta por músicos, una sección administrativa, un equipo de diseño grafico, el management dentro y fuera del país y el equipo de trabajo detrás del escenario que también hace parte del éxito de la agrupación…

S.M.: Claro que si. También hay una persona filmando y editando en video todo lo que hacemos y en algún momento dado utilizaremos ese archivo para sacar un documental contundente. En las giras europeas el trombonista toma la cámara de video, la pone sobre los trípodes y llegamos a Colombia con el archivo visual de nuestras presentaciones.

F.E.: Material que utilizan a manera de información promocional en Internet…

S.M.: La Internet es una herramienta fundamental de promoción y difusión para todas las agrupaciones independientes. Los discos se van a acabar muy pronto, las disqueras y las discotiendas se están quebrando, hay que hacer los discos llamativos para que el potencial comprador quiera comprarlo y no quemarlo o bajarlo. Tenemos pensado abrir en nuestra página web una tienda virtual donde las personas puedan descargar nuestra música. Generamos también una comunicación continua con el público por medio de las redes sociales lo cual funciona mucho en estos momentos de la industria musical, ya que puedes enviar información de lanzamientos, noticias y eventos relacionado con la orquesta.

F.E.: Quién está al frente de todo este proyecto llamado La 33?

S.M.: Es un equipo de trabajo grande. Mi hermano Santiago está al frente de la imagen de la banda. Tenemos un productor de campo. Mi padre nos enfocó mucho al inicio del proyecto, nos dijo: "Hagan un plan de adonde quieren llegar, escriban sus sueños en un papel". Después de un tiempo nos dimos cuenta con mi hermano de que todos los sueños que habíamos escrito se estaban cumpliendo y era por tener una forma organizada y coherente de hacer los sueños realidad.

F.E.: Y así llegó su segundo trabajo llamado "Gózalo"…

S.M.: Cada disco es una parte del proceso. La 33 ya estaba en el voz a voz, así que se vendió más rápido. En un mes vendimos 5.000 copias. Recibimos muchas críticas de este trabajo. Algunos decían que el primero era mejor que el segundo. Fue el mejor disco del año 2007 según la revista Semana. El segundo álbum ayudó mucho a vender el primero. En diciembre de ese año en Tower Records estaban los dos trabajos dentro de los 6 álbumes más vendidos. El disco rojo ha vendido 25.000 copias y "Gózalo" 15.000, lo cual es una cifra muy importante para un grupo independiente colombiano.

F.E.: Del segundo álbum me llamó la atención el hecho que no solo hicieran Salsa si no también intentos de Latin jazz así como de música colombiana. Creo que eso responde quizás a ese sector al cual ustedes pertenecen, porque ustedes no son salseros, ni tampoco son del Ska, percibo que pertenecen más a ese sector de músicos con el espíritu de grupos como Curupira, La Mojarra Eléctrica, ChocQuibTown, Bomba Estéreo…

S.M.: Si, así como nosotros, todos ellos son rockeros, músicos urbanos que se apropiaron del folclor y otras músicas para crear nuevas propuestas sonoras.

F.E.: El tercer trabajo se llama "Ten Cuidado", háblanos brevemente de él…

S.M.: Es un disco que habla de que debemos tener conciencia de todo lo malo que está pasando en el mundo y que debemos aportar cosas buenas para que no acabemos con él. Se grabó en los estudios de Audiovisión en Bogotá, contiene 11 temas, hicimos un cover de "Roxanne" de la banda de Rock inglesa The Police, volvemos nuevamente al boogaloo ya que en el "Gózalo" lo habíamos dejado un poco. Los invitamos a escucharlo en nuestra página oficial. ¡La 33 es pura gozadera!


Transcripción: 
Adolfo Lemos