domingo, 24 de julio de 2011

CRÓNICA - LA ÚLTIMA PRESENTACIÓN DE JOE MADRID



SAUL SUAREZ SANABRIA
Músico
Bajista del grupo de jazz de Joe Madrid


El 11 de noviembre de 2005, fue la fecha marcada para la última presentación musical de Joe Madrid.

Ese día llegué al apartamento de Joe, el 203 de la calle 16 entre carreras 4ª y 5ª, cerca del Parque de los Periodistas, en el centro de Bogotá. Yo tenía llaves del sitio por la deficiencia pulmonar de él, a veces se le complicaba tanto que, levantarse de la cama y desplazarse hasta la puerta incluso teniendo conectado el oxígeno, era una odisea. Lucía cansado y me dijo que no había podido dormir nada; tuvo que sentarse en la cama para recobrar el aliento porque estaba en la etapa de la enfermedad donde hay agitación sin movimiento alguno. Miré el reloj, eran las 11:30 de la mañana y todavía no estaba vestido. “Menos mal que ya se bañó” pensé, “así podemos salir relativamente rápido y empezar a tiempo en el restaurante”. El lugar en mención era el Café Gaitán, situado también en el centro de Bogotá, en la carrera 9ª con calle 23, donde ambientábamos el almuerzo los martes y jueves.

Yo solía ir a recogerlo y prestarle ayuda para vestirse, estar pendiente de los inhaladores y otros pequeños detalles. Ese día tuve que secar su cabello, peinarlo, abotonarle la camisa, todo muy lentamente porque el ahogo lo inmovilizaba casi por completo. La postura del pantalón fue en tres tiempos: despacio, más despacio y parada. Al quedar de nuevo sentado levantó la cabeza, exhaló muy lentamente, me miró y dijo “que jodienda cuadro, ya no estoy reteniendo casi nada de aire”, apoyó los brazos en la cama, dirigió la vista al piso y se alistó para el siguiente reto: las medias y zapatos. No podía imaginar lo que él sentía, se debatía entre ahogos, batallando por obtener un momento de sosiego; cuando lo lograba, comentaba que respirar con tranquilidad, era novedad. Lo cotidiano se había convertido en dificultad: tomar una ducha, vestirse, caminar, comer, entrar al baño. Al fin terminó de arreglarse pero pidió tiempo para recobrar el aliento.

Durante esos minutos yo miraba detenidamente el apartamento: en una esquina había gran cantidad de libros, de ciencia ficción, de época, de aventuras, de misterio, tenía los clásicos, muchos de ellos en inglés; todos ya los había leído. La cantidad de información almacenada en su cabeza, era considerable: Historia, ciencia, política, economía, literatura; siempre logró ser el centro de atracción en las conversaciones que sostuvo con infinidad de personas. Le encantaban las buenas polémicas y las mantenía exponiendo todas las razones análisis y raciocinios que convencieran al interlocutor que él tenía la razón. Mirando a otro lado de la habitación estaban la TV y el VHS. “Prende el televisor para ver si ya se murió Fidel o si cogieron a Bin Laden”, decía Joe. Acostumbraba a mirar la mayoría de noticieros, muchas películas y los Simpson.

En el centro de la habitación se hallaba la cama, al lado derecho de esta, la mesa de noche, que por lo general estaba atiborrada de cosas: platos, pocillos, panes, a veces frutas, de pronto libros, el cortauñas, la billetera, las gafas, los inhaladores que debía usar, salbutamol, bromuro de ipratropio, beclometasona, pastillas de teofilina, amitriptilina y cantidad de analgésicos. Solo él tenía acceso a esa mesa. Al lado izquierdo el concentrador de oxígeno, que era la máquina que le ayudaba a respirar y diez metros de cable de conexión que terminaban en su nariz. El piso alfombrado para que pudiera caminar descalzo, las paredes de color azul claro, el techo blanco, las puertas grises, haciendo juego con la alfombra, baño dentro de la habitación y closet de puertas corredizas que se deslizaban suavemente. Todos estos detalles le eran indiferentes al Maestro. Muchas cosas desde hacía años, no le importaban.

Divagaba en mis pensamientos cuando dijo “Saúl ve a buscar el taxi, anda y nos vemos abajo”. Salí hasta la carrera 5ª a conseguir el carro; paré al primero que venía, me subí y le advertí al conductor que debía recoger a otra persona a la mitad de la cuadra en la calle 16. Por suerte Joe estaba en la entrada del edificio. “Es ahí donde está el señor de cabello blanco”, dije. Ahora venía otro desafío: el taxi; abrir la puerta, acomodarse en el asiento y luego sugerirle al conductor que manejara despacio, porque él estaba enfermo; acto seguido, bajar todos los vidrios para que recibiera suficiente aire. Así comenzaba un recorrido que aunque era corto, le resultaba tortuoso.

La llegada fue muy agitada, pasos muy lentos, andar cansino; siempre lo esperaban en la entrada para ayudarlo. Decidió ir de una vez al piano porque habíamos llegado tarde. Puso los inhaladores sobre el teclado, usó un par de ellos y procedió a pedir una cerveza. Mientras tanto, yo afiné el bajo, alisté los “papeles de música”, como él les decía a las partituras y me dispuse a esperar sus indicaciones. De pronto dijo: “bueno, vamos ahí, How high´s the moon”. Empezamos a tocar y cuando vino la improvisación, lo vi ahogado. Me hizo señas para que yo realizara el solo y así, pudo aplicarse uno de los inhaladores, apuró un sorbo de cerveza, retomó la canción ya con tranquilidad, reguló la respiración y acabó bien. Siguió “Triste”, el bossa nova de Jobim; yo empecé con una introducción larga de bajo, él, con una nueva dosis de inhalador y otro sorbo de cerveza, luego hizo la melodía, improvisó, vino el solo de bajo, el de batería, de nuevo el tema y el final de la canción.

Más o menos así se desarrolló el resto del toque, entre ahogos, inhaladores, cerveza y descansos. Lo cierto es que en medio de los agites, su interpretación era impecable; parecía que la música, lo revitalizaba, proporcionándole una energía creadora que nos recordaba a todos, por qué él era el maestro. Siempre que tocaba, cada acorde que daba, sonaba con tal propiedad que terminaba inspirando confianza a los que lo acompañaban, tanto así que algunos músicos le decían: “El que no improvise contigo Joe, es porque no quiere”. Actitudes como esas señalarían el derrotero que llevó al Maestro a compartir su conocimiento con asesorías, clases, transcripciones, arreglos, haciendo grande la contribución de Joe Madrid al aprendizaje de otros y al desarrollo de la música de jazz en Colombia.

En el Café Gaitán tocó el último acorde de su carrera musical. La verdad es que no existía sospecha alguna que ese sería el colofón de una extensa trayectoria artística. El maestro terminó la actuación esa tarde y su cabeza estaba con la siguiente presentación, que se realizaría esa misma noche en el restaurante La Frontera, ubicado en el centro de la ciudad, barrio La Macarena.

Acompañé a Joe a tomar un taxi que lo llevara al apartamento; no pude ir con él, porque tenía que trastear el equipo musical de un restaurante al otro. Imagino que llegó y como solía llevar el almuerzo del Café a la casa para digerirlo muy despacio en su habitación; lo dejaría en la cocina, luego se debió quitar la bufanda, el saco, conectar el oxígeno e ir a la cama, para iniciar la recuperación del esfuerzo de la mañana. Procedería a prender la T.V. paseando por los canales en busca de algo entretenido, eso si evitando películas de acción o persecución porque decía que terminaban agitándolo. Todo esto, mientras recobraba fuerzas que le permitieran moverse hasta la cocina, traer el almuerzo a la cama, comer algunos bocados y después dedicarse a reposar.

Yo mientras tanto dejé el trasteo en La Macarena y fui para mi casa, situada muy cerca a la del maestro, para esperar hasta las 8:00 de la noche y luego ir a recogerlo en su apartamento, como en efecto sucedió. Llegué a la hora convenida, abrí la puerta y me dispuse a enfrentar la misma faena de la mañana. Penetré en la habitación, pregunté si estaba listo, pero no respondió nada, solo me hizo una seña con una mano mientras usaba la otra para aplicarse uno de los inhaladores; el ahogo era evidente, los movimientos ahora sí que estaban en cámara lenta, podía mantenerse en pie, pero no dar mas de tres pasos sin sentirse asfixiado, el desplazamiento de la habitación hasta la silla de la sala lo sentí eterno, además tuve que sostener a Joe para ayudarlo a caminar y guiarlo hasta el asiento. El bombillo de la sala estaba fundido, por lo que trasladé el de la cocina para que pudiera ver el nombre del inhalador que había usado y así no repitiera droga, evitando sobremedicarse. De pronto pudo hablar y dijo que se sentía como intoxicado, "¿Quiere que le traiga una sal de frutas y una soda?" fue lo único que atiné a decirle. Me miró, asintió con la cabeza y entonces salí corriendo a buscar lo que le había ofrecido. Volví, busqué un vaso, serví la soda, arrojé las pastillas, esperé a que se diluyeran y se lo alcancé. Despachó el contenido como en tres sorbos y nos dispusimos a esperar la mejoría, que esa noche, no llegó.

A las 8:45 decidí hacer dos llamadas: una al hermano de Joe para que viniera en su auxilio porque estaba entrando en crisis y la otra, al restaurante de la Macarena para avisarles que no habría presentación. Cristóbal, el hermano, llegó como a las 9:15 y se percató de lo complicado de la situación. Mover a Joe de la silla hasta el ascensor, fue caótico; no se sabía en que momento podía desvanecerse, perder el conocimiento y entrar en shock. Lo más complicado, era que no podíamos desconectarlo de la máquina del oxígeno, porque esta le regulaba la respiración. El problema radicaba en que funcionaba con electricidad y se tenía que desconectar para la movilidad fuera de casa. Nos repartimos con Cristóbal las labores: él con Joe por el ascensor hasta el primer piso y yo con la maquina del oxígeno, por las escaleras, para encontrarnos en la recepción. Una vez allí, buscar la toma de la luz, prender el aparato, pasarle la conexión a la nariz y volverlo a la vida. Lo que pasó de ahí en adelante fue el acto heroico del Maestro, al desconectarse de la máquina, subirse al carro de Cristóbal y dirigirse a la clínica.

Allí ingresó desde esa noche y nunca más volvió a tocar el piano.




Fuente:

El Jazz de Joe Madrid
http://joemadrid.tripod.com

Correctores de estilo: Sonia García y Felipe Castro



No hay comentarios:

Publicar un comentario