domingo, 1 de mayo de 2011

UN EMPRESARIO - ROBERTO TOLEDO



MARCELA JOYA

Nació un 8 de julio en Bogotá. Ha vivido sus 54 años al sur de la ciudad y desde muy joven fue fiel asistente a la rumba salsera del barrio Restrepo. Músico empírico, pésimo cocinero y buen bailarín, es noctámbulo y detesta madrugar. La afición por la música, que comparte con sus dos hermanos, lo llevó a fundar el bar más popular del sur de Bogotá en los años 80, Rumbaland.

Además de la música, su pasión han sido los negocios, por eso ha trabajado en bancos y ha estado al frente de varias empresas familiares. Me concedió esta entrevista en lo que ahora es su empresa: El Bouquet Real International, un edificio de salones para recepciones, ubicado al sur de la ciudad. Subimos al cuarto piso y entramos a un salón de unos 120 metros cuadrados repleto de cajas y de instrumentos musicales, el lugar en donde actualmente ensaya la orquesta de salsa de la que su hijo Cristhian fue el creador y a la cual su hermano Rubén Toledo título el Sexteto Latino Moderno, y en donde hace 29 años se enrumbaban los amantes de la pachanga y del mambo, Rumbaland.

Roberto, ya lleva usted casi treinta años involucrado en el mundo de la salsa, ¿cómo fue que empezó a recorrer ese camino? ¿Cómo descubrió esta música?

Mi pasión por la música viene de familia. Crecí en el barrio San José, al suroriente de la capital, y recuerdo que cuando era niño mis padres armaban tremendas rumbas en la casa. Empezaban el viernes en la tarde y terminaban el domingo a medio día. Sin necesidad de convocar, la gente llegaba a mi casa cada fin de semana con botellas de aguardiente, picadas, discos, cerveza. Bailaban sin parar. Por eso empecé a escuchar a la Sonora Matancera, a Benny Moré, a Machito, a Pacho Galán, a Lucho Bermúdez, a Celia Cruz. Había de todo un poco, pero la música que me inquietaba era la cubana. Fue unos años después, cuando empecé a estudiar contaduría en el Externado de Colombia, que conocí la salsa. Apenas llegaba el jueves nos íbamos con mis amigos y hermanos menores a las salsotecas que entonces eran nuevas en el sur de la ciudad. A mí esa rumba me fascinaba y por eso me fui enamorando de la salsa y de la música, hasta tal punto de querer hacerla o tener un lugar para ponerla.

MARCELA JOYA: ¿Terminó su carrera? O, ¿desde ese momento empezó a estudiar música?

ROBERTO TOLEDO: No la terminé porque estando en sexto semestre me aburrí. Sin embargo, me he dedicado la mayor parte de mi vida a los negocios, alternando con la música, pero tampoco fue entonces cuando empecé a estudiarla. De hecho, fue tan solo hace unos seis años que ingresé a la Escuela de Música Fernando Sor. Toda mi vida he aprendido empíricamente. Desde niño mis padres nos compraban instrumentos para que practicáramos con mis hermanos, y luego, por nuestra iniciativa fuimos descubriendo las formas de aprender. Hace ya unos 20 años llegué a tocar el tiple en un trío de cuerda que formamos con unos amigos, dábamos serenatas y no nos iba nada mal, pero no duramos mucho porque cada uno estaba en otros asuntos. Por mi lado, seguí aprendiendo a tocar la conga, el piano, la guitarra, el bajo, el timbal, el vibráfono. De todo y de a poquitos.

JOYA: ¿Cuáles eran esos sitios a los que iba bailar salsa con sus hermanos? ¿Por qué a los del sur de la ciudad?

TOLEDO: Bueno, crecimos en el sur de la ciudad y ese era nuestro ambiente. Mucho más sabroso que el que percibíamos en el norte de la capital. Además, porque eran los lugares que quedaban cerca de la casa. Sin embargo, antes de los 80 no había muchas salsotecas en el sur de la ciudad, ni en ningún lado. Nosotros solíamos ir con frecuencia a Las Estrellas de Soacha, unas casetas en las cuales se armaban tremendas rumbas de pachanga, mambo, cha cha chá y bugalú. Iban allí los coleccionistas de salsa más duros de la ciudad, los zapateros del Restrepo, los bailarines de salsa profesionales. El ambiente era buenísimo, porque además vendían unas fritangas deliciosas y el plan dominguero de ir allá a comer y a bailar salsita era delicioso. Nos gustaba ir también a El Sol de Media Noche, una salsoteca grande y especializada en pachanga que quedaba sobre la calle 12 sur y que tenía la particularidad de encontrarse abierta casi las 24 horas de todos los días de la semana. En Chapinero, sobre la carrera 13, íbamos a  La Jirafa Roja y a La Montaña del Oso. No fuimos mucho a La Teja Corrida ni a Quiebracanto ni a El Goce Pagano, porque cuando abrieron estos bares, que ya eran muy distintos a las primeras salsotecas, nosotros ya estábamos metidos de cabeza en la nuestra, que finalmente vino a ser competencia de todas las anteriores y en especial de una que se llamaba Salsoul, del barrio Restrepo. Su dueño, Alfonso Martínez, quien es nuestro amigo, es un gran conocedor de la música caribeña y había montado en Salsoul la pista más grande que hasta el momento tenía una salsoteca, hasta que a nosotros se nos ocurrió montarle la competencia con Rumbaland.

JOYA: Rumbaland es uno de los sitios más recordados del sur de la ciudad por los salseros de la época. ¿Qué fue lo que lo hizo memorable? ¿Por qué se llamó así? ¿Cómo era?

TOLEDO: Bueno la idea de montar una salsoteca fue de mis hermanos Rubén y José Antonio, a quienes se les metió en la cabeza el capricho de tener un lugar para poner su propia música. Por mi parte, yo quería un lugar para la rumba, para la diversión, para pasarla bueno y, a la vez, ganar dinerito. Por eso me encargué de crear y de administrar el sitio al que llamamos Rumbaland por imitación de una de las discotecas más populares de la época en Nueva York que tenía ese nombre. Y para mí, eso tenía que ser mi discoteca, ―la tierra de la rumba-. Abrimos Rumbaland a finales de 1980. Y en menos de un año alcanzó tal popularidad que llegó a ser la salsoteca número uno del sur de Bogotá. Quedaba ubicada sobre la Avenida carrera 30 con calle 1 sur, en el cuarto piso de un edificio que hoy es una casa de banquetes. A decir verdad, en un principio nos preocupó el hecho de que Rumbaland estuviera en un piso tan alto, pero sorprendentemente el lugar albergaba alrededor de 300 personas y la gente hacía cola para entrar. Era tan larga la cola que alcanzaba a llegar hasta el primer piso del edificio. Todos esperando a que algunos salieran del sitio para poder entrar. Eso era fantástico. Rumbaland no era un bar, era una salsoteca. Por eso la pensamos como tal. Las sillas eran metálicas forradas en cuero café y rojo, y las mesas ovaladas. Hacia la ventana que daba a la carrera 30 estaba ubicada la cabina de sonido marca Daytron, gigante y con poderoso alcance. Al lado derecho de la cabina, una barra de madera y sillas altas sin espaldar. Y en toda la mitad una pista de baile ovalada y rodeada por butacas. Impactante. Siempre llena de gente. Las luces de neón rojas y verdes alumbraban el rostro de las parejas que cada noche ensayaban pasos nuevos. En Rumbaland sonaba todo tipo de salsa. Cada uno de mis hermanos era especialista en ciertos géneros, pero prevalecían el mambo, la pachanga, el cha cha chá y el bugalú. Jamás faltaban Dámaso Pérez Prado, Noro Morales, el Sexteto La Playa o Tito Rodríguez, pero tampoco le negábamos paso al latin o a la timba.

JOYA: ¿Quiénes eran los clientes de Rumbaland? ¿Iba la gente del norte de la ciudad a la salsoteca?

TOLEDO: Las personas que iban a Rumbaland eran esencialmente los habitantes del sur de la capital. Era raro ver a la gente del norte, pero sucedía. Sobre todo, porque a los verdaderos amantes de la salsa les encantaba la programación musical del lugar y por eso en ciertas oportunidades radiodifusores como Miguel Granados Arjona, el Guillo Monsalve, Jaime Ortiz Alvear o Fernando España frecuentaban Rumbaland. Pero los que siempre iban eran los habitantes del barrio Santa Matilde, del Restrepo, de Fucha, del Quiroga, de Ciudad Jardín, de Santa Isabel, de Soacha. Gente de estratos 2 y 3,  como el grupito de los zapateros del Restrepo con sus esposas.

JOYA: ¿Y por qué los zapateros iban a bailar salsa?

TOLEDO: Los trabajadores de la industria del calzado del barrio Restrepo se reunían todos los lunes después de medio día a practicar pasos distintos. Quizá, con el afán de mostrar sus nuevos zapatos. Por eso preferían el mambo y la pachanga, para bailar arrebatado. Daban vueltas a lo loco y elevaban los pies. También se les podía ver en las casetas de Soacha. Este tipo de baile marcaba una gran diferencia entre la gente del sur y la del norte.

JOYA: ¿Cuál cree que era la diferencia entre los bares salseros del sur de la ciudad y los del norte? ¿Todavía existe?

TOLEDO: Muchas. En primer lugar en el sur había verdaderas salsotecas, como lo eran Rumbaland, El Sol de Media Noche, El Palladium, Salsoul, y para mediados de los 80 ya existían muchas más. En el norte había bares. Sitios que querían parecer refinados, quizá más sencillos, sin pistas de baile diferenciadas, sin bolas de espejos reflectores e, incluso, sin luces de neón. Fue por esa forma de pensar en la rumba que se perdió en la ciudad la cultura de la salsoteca, aunque actualmente todavía puedes encontrar sitios por el estilo sobre la Avenida Primera de Mayo, como El Abuelo Pachanguero, El Panteón de la Salsa, Ritmo y Tumba, y el nuevo Rumbaland, sobre la Avenida Américas, que fue una copia de nosotros, pero que casualmente también pone excelente música y mantiene un estilo parecido. En segundo lugar, el tipo de gente que frecuenta los sitios. Por lógica la gente del sur va a los sitios del sur y la del norte a los del norte. Pero no es solo eso, pues la cultura de la gente influye en sus gustos musicales y en sus formas de bailar. La gente del norte prefiere la música refinada, las agrupaciones orquestadas, que tienen tendencia al latin jazz; los montunos, las guajiras, ese tipo de ritmos para bailar pegados, suave, a paso lento, inclinando el cuerpo hacia el piso. Mientras que los del sur prefieren la música de golpe fuerte. El mambo, la pachanga, la rumba. Los zapateros, con el afán de mostrar sus zapatos y de exhibir sus pintas extravagantes, se inventaban pasos rápidos y marcados, como al estilo cabaret, bien elaborados. Por otra parte, en algunos sitios del sur aún se conserva la pista de baile. No un rinconcito para bailar, como en la mayoría de bares del norte, sino una verdadera pista, las luces de colores, los espejos. Creo que hasta en las preferencias para tomar hay diferencias. El ron es una bebida que desde siempre ha estado relacionada con la salsa, pero es la gente del norte la que la prefiere. A los del sur les gusta la pola y el aguardiente. De hecho, nuestro mayor ingreso económico en Rumbaland era la venta de aguardiente. Esas diferencias aún prevalecen y son notorias. Pero lo eran mucho más en la época de Rumbaland.

JOYA: ¿Algunos personajes de la salsa pasaron por Rumbaland? O, ¿ese tipo de presentaciones era exclusivo de otros sectores de la ciudad?

TOLEDO: Por supuesto que en Rumbaland se presentaron artistas, y los mejores. Además de tener una excelente pista contábamos con un buen escenario para conciertos. Presentamos a Guayacán orquesta, a Niche, a la Orquesta Aragón, a La Mambo Big Band, quienes antes se llamaban Los Bliztons y no eran ni la mitad de los que son ahora, a la Charanga Rubalcaba, a La Sonora Ponceña, entre otros.

JOYA: ¿Cómo manejaban los precios? ¿Se diferenciaban en eso también de los bares del norte?

TOLEDO: Claro que sí. En comparación, por ejemplo con Quiebracanto o con Galería, Café y Libro, Rumbaland era baratísimo. Por eso también es que la gente hacía cola para entrar. No cobrábamos la entrada y cuando había algún concierto la boleta era, de igual forma, económica. Una cerveza en Rumbaland costaba casi la tercera parte que en Galería o en Quiebracanto. Fue necesario adecuar los precios a las posibilidades de los clientes. Para explicarle mejor, es como lo que sucede ahora. Mientras que para ir a Galería hay que contar, al menos, con 50.000 pesos, uno puede ir a El Abuelo Pachanguero con 20.000 y se la goza mejor.

JOYA: ¿Cuánto tiempo permaneció Rumbaland? ¿Por qué cerró?

TOLEDO: Antes de acabarlo lo vendimos. Eso sucedió en 1998, 18 años después de haberlo fundado. Sucedió, esencialmente, porque la época dorada de la salsa ya había pasado hace rato. La salsoteca ya no estaba dando buenos resultados. No se llenaba, no había mucho movimiento, la gente ya no hacía fila. La pauta comercial imponía otros ritmos en el mercado, lo que se llamó el ―fenómeno crossover‖ que acabó no solo con nosotros sino con todo el resto de salsotecas originales del sur de la ciudad. La gente prefería ir a bailar la música de moda, el vallenato, el tecno, la salsa rosa, la champeta y, luego, el reguetón. Y eso nos estaba quebrando, por eso es que a los nuevos dueños de Rumbaland tampoco les funcionó el asunto y tuvieron que cerrar definitivamente. Por otro lado, las tendencias musicales de mis dos hermanos eran bien distintas y la gente empezó a crear favoritismos por el uno o por el otro. Entonces cuando José ponía música teníamos unos clientes y cuando Rubén la ponía teníamos otros. Así que se dividieron los asistentes al lugar y eso tampoco funcionaba porque implicaba que se había perdido la unidad en la línea musical de Rumbaland. Perdimos la estrategia musical. Apenas cerramos Rumbaland, a mí se me ocurrió montar el Club El Baile en Chapinero. Un bar crossover que supuestamente se ajustaba a los gustos musicales de las nuevas generaciones. Pero en menos de cinco años quebré y fue entonces cuando desistí de la idea de tener un bar y me obsesioné por aprender a hacer música de verdad. Supongo que por eso empezó a estudiar música en una escuela.

JOYA: ¿Por qué hacerlo después de haber sido empírico toda la vida? ¿Lo hizo con la idea de formar la agrupación que creó posteriormente?

TOLEDO: Me aburrí de ser medio bueno, quería ser bueno de verdad y para lograrlo era necesario estudiar. Por eso, junto con mi hijo Cristian, quien también estaba inquieto por aprender a hacer música, nos matriculamos en la Escuela Fernando Sor, en la cual estuve un año aprendiendo piano. Luego, ingresé a la Escuela Colombiana de Música, en la que me enseñaron bajo, percusión y contrabajo. Llevo tan solo seis años estudiando música profesionalmente, sé que empecé algo viejo, pero no me quería quedar con las ganas y por eso lo voy a seguir haciendo hasta que la salud me lo permita. Apenas ingresé a la academia no tenía en mente la idea de formar una agrupación. De hecho fue mi hijo Cristian, a quien los muchachos de último semestre llamaron para hacer parte de un ensamble cuando él estaba en primero, el que se entusiasmo con la idea de formar una orquesta y luego yo le seguí la cuerda.

JOYA: Crean entonces el Sexteto Latino Moderno. ¿Cómo reúnen a los músicos? ¿Cómo se consolidan?

TOLEDO: El Sexteto Latino Moderno se consolidó en el 2004. Empezamos seis músicos, como el mismo nombre de la agrupación lo dice, entre esos mi hermano Rubén, mi hijo y yo. Pero pensamos en un sexteto más por la forma instrumental que por la cantidad de músicos, y por eso hoy día ya somos 12.  Tenemos bajo, vibráfono, piano, conga, bongoes, percusión menor, que la hago yo, voz líder y coros. Realmente el Sexteto Latino Moderno está integrado por músicos de excelente calidad, tanto que por eso yo apenas toco las maracas o la guacharaca y hago coros, porque no cuento con la experiencia ni el afinque que tienen los demás, pero sí con los contactos y conocimientos para mover el grupo. Por eso hasta hace poco fui el director, pero le entregué el cargo al bajista, Cristian Salazar, quien lo hace muy bien. Todos son excelentes, no hay ninguno medio bueno ni mucho menos malo. Salvo los Toledo, que toda la vida hemos estado metidos en la música empíricamente, todos son profesionales y ya han participado o participan en distintos ensambles u orquestas. La mitad del grupo es de costeños y la otra mitad somos bogotanos, todos provenientes de estratos medios y medios bajos, amantes de la salsa brava y conocedores de la misma.

JOYA: Lanzaron su primer disco en el 2007, titulado “Al Acecho”, con siete composiciones inéditas y cuatro covers. ¿Cómo lograron los temas propios? ¿Cómo financiaron el disco? 

TOLEDO: Los temas más destacados fueron compuestos o arreglados por Yasser Aguancha, uno de nuestros pianistas y quien desafortunadamente ya no está con nosotros. Un barranquillero espectacular, muy conocedor de la música del Caribe y del jazz latino. Los otros temas los hizo el actual vibrafonista, César  Martínez, y los covers como el famoso tema de Duke Ellington, In a Sentimental Mood, fueron seleccionados y arreglados por mi hermano Rubén, de forma tal que son reconocibles y resultan agradables para cualquier oído conocedor y a la vez novedosos para los menos conocedores. El disco lo financié yo. Absolutamente todo. Tengo un negocio que es la Casa de Banquetes del Real Bouquet International y con eso puedo darme algunos lujos, como lo fue hacer nuestro primer disco y patrocinar el lanzamiento y algunas giras que hemos hecho.

JOYA: ¿Por qué si todos los músicos están influenciados por la salsa brava y vienen de la cultura de los bares del sur de la ciudad hacen del Sexteto una agrupación tendiente al latin jazz, de ritmos exquisitos y refinados?

TOLEDO: Es curioso. Creo que se debe a que todos los músicos están tan bien formados y han escuchado tanta música en su vida que saben cómo construir mejor los ritmos y así mismo se han ido refinando en la forma de interpretarlos. Además, la mayoría de nuestros músicos hacen parte de otras agrupaciones, en especial, de ensambles de jazz. Por eso es que el Sexteto Latino Moderno tiene tanta calidad musical. Todos sabemos muy bien qué es lo que estamos haciendo, tenemos claro qué es lo que nos gusta y cómo podemos mejorar, porque aún hay bastantes cosas por lograr.

JOYA: ¿Hacer ese tipo de salsa para oídos selectivos los ha logrado posicionar en el mercado comercial? O, ¿a qué público han cautivado?

TOLEDO: No nos dio el resultado que esperábamos por el mismo hecho de que el latin jazz no es un ritmo que pegue muy fuerte, al menos en la capital. En Colombia el latin no es popular y por eso el disco no ha dado mucho palo. Pero somos conscientes de que ya tenemos un público internacional. En países como Venezuela y Panamá nos han pirateado hasta más no poder, y eso ha sido grandioso. Sabemos que el Sexteto es internacional, que ya nos conocen afuera y que es por eso que hemos tenido la oportunidad de tocar con grandes personalidades, como Chocolate Armenteros, Jimmy Bosch, Gerardo Rosales, Alfredo Naranjo y Pibo Márquez. Así no seamos nosotros la orquesta de salsa más reconocida de Bogotá, sabemos que somos buenos y que hemos tenido grandes oportunidades con los músicos de afuera porque ellos mismos han reconocido nuestra labor y les gusta lo que hacemos. Ésa ha sido nuestra mejor recompensa.

JOYA: Pero han tenido la oportunidad de participar en distintos festivales de Colombia…

TOLEDO: En el 2006 nos ganamos todos los premios de Salsa al Parque. Por mejor interpretación, mejor tema inédito y mejor orquesta. También estuvimos en la Feria de Manizales, en la Feria de Cali  y en varios encuentros de coleccionistas y melómanos de Bogotá. Al Barranquijazz no pudimos ir por falta de presupuesto, porque lo que nos ofrecían no nos alcanzaba ni para los buses.

JOYA: ¿Y en la radio? ¿Cómo les ha ido?

TOLEDO: En las culturales sonamos muchísimo. En Javeriana Estéreo, sobre todo. El Títere y El Swing de mi Barrio han sonado en La Z. Y en las demás no hemos podido entrar pero tampoco es esa nuestra preocupación. Nuestros conciertos se llenan, hay ahora mucha gente interesada en la salsa. Se animó usted a formar una orquesta después de creer que la época dorada de la salsa ya había pasado.

JOYA: ¿Será que Bogotá vive otro buen momento para la salsa? ¿Cómo lo siente?

TOLEDO: Definitivamente estamos viviendo una segunda época importante para la salsa. Y no solo por la cantidad de bares sino porque hay muchísimas orquestas y varias buenas. Si me atreví a grabar al Sexteto fue precisamente porque me di cuenta de eso y esta vez quise ser parte del movimiento de esa forma. Por su parte, el fenómeno de los bares no ha parado. Ahora me encanta ir a El Abuelo Pachanguero, una salsoteca deliciosa en la que nos presentamos al menos dos veces al mes. Fieles al sur de Bogotá, el Sexteto ofrece conciertos en bares del Restrepo y de la Primera de Mayo y hasta en el nuevo Rumbaland. Y sigo creyendo que el ambiente es mucho más sabroso. Claro, también pasamos por Quiebracanto y por Galería Café Libro.

JOYA: Usted reconoce que la línea musical del Sexteto es tendiente al latin, la música que según usted prefiere la gente del norte de Bogotá. ¿Sí hay en el sur de la ciudad un público para el Sexteto Latino Moderno?

TOLEDO: Claro. Debo reconocer que la brecha de gustos musicales y culturales que había entre las gentes de un sector y las de otro está hoy menos sesgada que antes. Aunque se mantiene. Pero por las mismas preferencias y amigos de los músicos del Sexteto nos hemos presentado más en el sur y hemos creado un público que nos sigue y nos alienta en este sector. Nos presentamos al menos una vez al mes en el Bouquet Real, que está ubicado donde antes estaba Rumbaland, y el sitio se llena. El Sexteto es diferente, en todo sentido. Nos sentimos así y por eso pensamos en la música de una forma única. En el público como nuestros amigos y en el sur, como una fuente de inspiración. Como lo es la misma palabra.

JOYA: ¿Se atrevería a decir que hay tal movimiento en Bogotá como para ser la capital de la salsa?

TOLEDO: Mucho movimiento sí hay. No me atrevería a decir que Bogotá es la capital de la salsa, porque en Medellín, Barranquilla y Cali también están pasando cosas, pero al menos la capital sí vive un nuevo momento para la salsa. Después de tantos años dominados por la salsa balada, o salsa rosa, volvemos a hacer buena música y eso se siente en el ambiente, en la noche, en la rumba, en la gente. La salsa vive.

JOYA: ¿Y qué pasará con el Sexteto? ¿Perdurará?

TOLEDO: Espero que sí. Nos falta cohesión, no hemos tenido la mejor suerte para despegar lo que quisiéramos pero vamos por buen camino. Con ganas, sin mucho dinero, pero con todo el empuje. Pensando ahora en nuestra segunda producción y ojalá en salir pronto del país.


Fuente: 14 SONES
Una historia oral de la salsa en Bogotá
Marcela Joya
Trabajo de grado para optar por el título de comunicadora social y periodista
Director:
Mario Jursich Durán
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Comunicación Social y Lenguaje
Comunicación Social
Bogotá D.C 2009

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