domingo, 7 de agosto de 2011

EL SUR EXISTE


FERNANDO ESPAÑA




A

Miguel Granados Arjona
y Senén Mosquera.

Breve historia tendenciosa (como otras) de la salsa en Bogotá

El cepillado de las nebulosas
ya no me parece difícil...

Julio Cortázar.


Cuánto sesgo informacional ha circulado desde el día aquel del año 1968, cuando Miguel Granados Arjona programó en Radio Continental, aquel tema de Ricardo Ray y Bobby Cruz que se convertiría, al parecer "Richies Jala Jala", en el primero del movimiento salsero neoyorquino escuchado en la radio bogotana. 


- ¡Señoras y señores, la orquesta de Richie Ray and Bobby Cruz!


Según El Viejo Mike, desde entonces la gris ciudad no fue la misma, tímidamente empezó a descender a su paisaje los colores del arco iris que la acompañaba desde su fundación. Cuenta Miguel qué, debido al éxito de su programa, las señoreras damas grises y los ataviados caballeros de negro, de la cabeza a los pies vestidos con sombrero, sastre y paraguas, se quejaron ante diferentes instancias gubernamentales "por los efectos contrarios a la moral pública, a la buena educación y a la sana ética qué podría estar acarreando en las nuevas generaciones, esa música extranjera estridente, promocionada por un locutor con acento costeño en Todelar”.

Los guardianes de las “buenas costumbres chapinerunas” observaban que jóvenes negros acicalados con un peinado extrañamente inflado y redondo, no se dirigían hacia la calle 60, abajito de la séptima, a la tan mencionada discoteca La Bomba, asistida por muchachos de tez clara y cabellos largos, sino a un local ubicado en inmediaciones del Parque Lourdes, en la calle 63 arribita de la carrera 13, donde se escuchaba la música ruidosa que el barranquillero de Radio Continental colocaba. Los hippies sicodelicos del "African Look" ingresaban a Mozambique, la pionera de las salsotecas capitalinas, a bailar salsa.

Este son montuno se traba...

Su fundador era el portero del club de futbol Los Millonarios y de la Selección Colombia: Senén Mosquera. Un chocoano, quién, según Granados Arjona, fue en realidad el promotor de la salsa neoyorquina en la ciudad mas cercana a las estrellas que al Mar Caribe. La programación de Mozambique incluía los sones cubanos del Trío Matamoros, de la Sonora Matancera, de la Orquesta Aragón, del gran Benny Moré, de Los Guaracheros de Oriente, del Conjunto Casino, de Arsenio Rodríguez, del boricua Daniel Santos y el excomulgado "rey del mambo" Pérez Prado, y la moderna salsa de Alegre, Cesta, Fonseca, Cotique, Tico y Fania, los sellos discográficos que registraban en sus pastas la atmósfera sonora vivida en “El Barrio” neoyorricano sesentero. Senén permanecía actualizado en materia disquera, debido a sus contactos en Nueva York, Barranquilla, Cali y Buenaventura.

Para El Viejo Mike fue en Mozambique, para Hernando Gómez en el Loto Negro de Venecia, para otros en el Bembe de la Negra Esperanza, algunos aseguran que fue en La Gran Gaité, del también exfutbolista santafereño Hernando " El Mono"  Tovar, la salsoteca donde primero se puso a Ricardo Ray, a los hermanos Palmieri, a Ray Barreto y al “Rey del boogaloo” Pete Rodríguez, a los durísimos Joey Pastrana y Johnny Colón, así como a los Hermanos Lebrón, Joe Cuba, Larry Harlow y al Gran Combo, continuador del legado de Cortijo. En simultánea a como se vivenciaban en el Spanish Harlem, donde el boogaloo, el jala jala, el shingaling y las descargas, desplazaban al mambo y la pachanga a una época anterior al periodo salsoso que amenazaba tomarse el mundo. Aunque, con certeza, la pachanga se continuaba programando y bailando junto a los mambos de Tito Puente, Tito Rodríguez y Machito, “los reyes del Palladium” neoyorquino.

Zarabanda, ahora estoy en la pachanga..

Mientras tanto, un buen número de la "gente de bien cachaca" se persignaba en nombre de la tradición, la familia, la patria y la propiedad privada, presionando por la finalización del musical "del Señor Granados Arjona”, tenían como llegar hasta las directivas de la cadena radial, quienes también sabían de los pesitos pesotes que esa audiencia salsera en crecimiento le podía continuar embolsando al "circuito del pueblo colombiano". Decidieron entonces trasladar el bravío sonar de las voces, tambores, trompetas y trombones urbanos del Caribe neoyorquino, sintonizados religiosamente por millares de bogotanos, a una emisora de menor influencia informativa como la Voz de Bogotá.

Por aquella época, la inexistencia de emisoras en el F. M. era absoluta, además la competencia en el A.M. no era tan reñida debido al escaso número de radioestaciones. De todas formas se seguía con la audiencia y más. Sin proponérselo, el “mulato” Granados Arjona junto al “negro” Mosquera le mostraban a las clases tradicionales bogotanas el oído sonoro de una Colombia que escuchaba más allá de los bambucos interpretados por Garzón y Collazos, las gaitas de Lucho Bermúdez, el vallenato de cuerdas de Bovea, el “chucuchucu” de Gustavo "El Loco" Quintero con Los Hispanos o Los Graduados, y los zapatos “bom bom” de Oscar Golden, los músicos favorecidos por el establecimiento radiofónico.

Lloran, lloran los guaduales,
por que también tienen alma...

Por entonces, a la suerte de prácticas sonoras apeadas de Cuba, Puerto Rico y Nueva York no se les llamaba salsa sino música antillana, teniendo en las gentes provenientes de la Costa Atlántica y del Valle del Cauca a sus principales cultores, los mismos quienes se trasladaban en busca de mejores oportunidades a una Bogotá en proceso de modernización, proceso que afectaba su cultura y costumbres como su paisaje y entorno, todo andino. La capital no estaba preparada administrativa, ni lo estaban sicológicamente los habitantes de La Macarena, Alfonso López, Palermo, Divino Salvador, Sears, Teusaquillo, Quinta Camacho y Chapinero, los estratos medios y altos, para recibir las oleadas de colombianos de pigmentación oscura con su idiosincracia calentana.

El sonido de “El Barrio” neoyorquino arribaba a una urbe donde sus más antiguos habitantes sabían de la existencia de las rumbas africanas, andaluces, canarias, gitanas y caribeñas, las conocían desde los tiempos de la colonia, habían danzado las contradanzas que originaron el danzón en la época de la independencia, disfrutado de los sones en su clave y estructura cubana desde comienzos del siglo XX y bailado los aires caribeños desde cuando los sellos de Barranquilla y Cartagena, como Tropical y Fuentes, decidieron importar hacia el interior sus numerosas agrupaciones que ejecutaban cumbias, porros, gaitas, sones, guarachas, merengues y mambos en formatos de big band y sonora.

San, San, San Fernando...

Estos géneros, o sus derivados, se enraízaron de una u otra manera en las gentes de algunos barrios del sur bogotano, en los habitados por zapateros como el Restrepo, o por obreros como el Quiroga, o por asalariados de esquina como los asentados en Ciudad Montes o en el Kennedy, o por comerciantes de sectores aledaños al Venecia, vecindario próximo a Soacha. Trabajadores que tenían reservado para El Todopoderoso, como para el mambo y la pachanga, los días domingos. El gremio de los zapateros tenía los lunes como los escogidos para su descanso laboral, lucimiento artesanal zapateril, exposición colectiva de bailes y pasos y habladurías sobre sus colecciones en vinilo. ¡Los famosos lunes del zapatero! En Bogotá, todo no era tristeza y lamento como se ha desinformado.

Para los tiempos de “Rumbaland” de los Toledo, “Salsoul” de Alfonsito Martínez y “El Sol de Medianoche” en Luna Park, en los setentas / ochentas, la salsa en Bogotá no era un fenómeno relativamente nuevo como todavía se promulga. El camino venía allanado para el advenimiento de los mesías salseros de Fania. Quizá comienza con aquella primera presentación en 1934 del Trío Matamoros en el Teatro Faenza o con una gira anterior del Sexteto Boloña. Desde entonces, incluso antes, se escuchaba y tocaba en la andina ciudad música antillana. Se la disfrutó al interior de las grandes casas, luego en los salones de baile de los altos clubes y en los hoteles como el Granada, en las salas de cine que programaban el cine de la rumberas cubanas producido por la industria mexicana o en las casetas como "la de las Estrellas" en Soacha, en las reuniones familiares del hogar de los Bazanta y en los vecindarios donde el partido comunista adelantaba proselitismo castrista con los sones de guitarra de Carlos Puebla, Celina y Reutilio y, ¡paradójicamente!, Guillermo Portabales.

A caballo vamos pa´l monte...

Avanzaban los tiempos y muchos de esos “indios patirajados y guaches” que habitaban en los barrios obreros, donde los partidos de izquierda amenizaban sus fiestas combinando todas las formas de rumba, a su vez sintonizaban las selecciones salseras de Granados Arjona. Un rinconcito costeño programado por supuesto al gusto del céntrico Santa Fe, barrio latino donde residía el “cartel del pandebono”, como llamaba el papá de Evelyn a sus coterráneos vallecaucanos, quienes disputaban a los costeños el alquiler de locales de dimensiones reducidas para establecer sevicherías, donde instalaban grabadoras de cinta emitiendo la voz de Adalberto Santiago cantando en coro con la Típica 73:

No es por nada mi cielo,
no volveré contigo...

Un mozambique de los estaderos barranquilleros como La Troja, qué personajes como Miguel importó a Bogotá para promocionarlo en su "show de la Jirafa Roja", mientras comerciantes boyacenses como los hermanos Cardona o Vargas, clandestinamente contrabandeaban acetatos desde Venezuela para colmar los andenes de la Plaza de San Victorino y las casetas de la Avenida 19. Adonde asistirían las nuevas generaciones de cachacos corrompidos por la moral salsera y la ética sabrosa de Granados y Mosquera, francamente amenazadas por la altura, el clima y los vientos que desde siglos anteriores obligaron a un sector de bogotanos a adoptar costumbres de puertas para adentro, estimulados por ideólogos racistas, quienes no podían ver a un costeño acomodado sonando en una cadena radial con otrora poderosa influencia social, o a un negro trabajando pesitos para invertirlos en el bienestar de los suyos.

Millonarios será campeón,
Millonarios será campeón...

Y saber que Miguel, el hincha del Junior, y Senén, el arquero de Millonarios, como numerosos colombianos provenientes de distintos lugares, todavía son invisibilizados en los programas de televisión de los canales institucionales locales como en otras instancias, por ejemplo académicas, donde siguen convencidos que los cambios de la década de los sesenta parecieran haber sido motivados solamente por los protagonistas de la cultura del rock.


Cuero estirado, corazón contento...


Por ahora, ¿cuántas horas se continuarán invirtiendo para continuar insistiendo que los cambios radicales efectuados en los años sesenta fueron gestas exclusivas de jóvenes blancos pequeño burgueses seguidores del rock and roll, como los que asistían a La Bomba, mientras ninguna para relatar como la salsa neoyorricana tuvo influencia en las transformaciones sociales y generacionales de aquellas décadas? ¿Cuando se narrará la historia de la capital colombiana desde sus barrios periféricos y desde sus céntricos como el Santa Fe, donde pasaban sus ratos “discjokeys” y bailarines de “La Jirafa Roja”, “Los Escondites”, “El Palladium” de Camilo, “El Corso” de la 72, “La Montaña del Oso”, “Caño 53”, "El Tunjo de Oro", “Rumbavana” y “Melodías” de Pedro Puente?

Los zapatos de Manacho son de cartón,
son de cartón, de cartón...

Hasta el momento los intelectuales de la bohemia nocturna, sesgadamente divulgan el mito oficial que la salsa en Bogotá se hizo a lo largo de la carrera séptima. Verdad institucionalizada, al parecer inmodificable, multiplicada en miles de ocasiones y textos elaborados desde las inmediaciones de La Macarena, Chapinero Alto, La Zona Rosa y el Parque de la 93, sectores de la gran ciudad donde prima la mirada salsera a través de los lentes existencialistas de Andrés Caicedo, la reflexión rumbera mamertizada y el imaginario audiovisual construido desde Alfonso Lízarazo.

Honores a Miguel, Senén y a todos los pioneros de la salsa en Bogotá, como la Negra Esperanza en su Bembé o los asistentes al "Orines Hilton" en la inmediaciones de Caracol Radio en la Calle 19, donde quiera que se encuentren, con esta suerte de escrito sin género y sin mencionar al “Goce Pagano”,“Quiebra Canto de la 17” y las “Galería Café Libro”.

¡El sur bogotano como espacio simbólico salsero existe!


1 comentario:

  1. Genial, muy buena crónica. Todo me agrada, pero tengo que hacer una aclaración: en Venecia no se llamaba el loto negro, se llamaba LA FLOR NEGRA. Felicitaciones por su historia

    ResponderEliminar