domingo, 18 de septiembre de 2011

UN PERSONAJE - CHEPE

Foto: John Abril


MARCELA JOYA

No deja de sonreír ni siquiera cuando habla. Nadie lo conoce como José Armando García Benítez e incluso se siente incómodo al escuchar el nombre con el cual fue bautizado hace casi 54 años, un 22 de diciembre, en la capital.


Todavía hay quienes dicen “vamos donde Chepe” en vez de “vamos a Son Salomé”, el bar tradicional de música caribeña que este hombre se inventó hace 23 años. Un lugar modesto con tan solo 26 mesas y 10 empleados que acoge más de 150 personas cada noche de fin de semana.

El nombre del bar lo eligió porque la palabra “Son” evoca a Cuba, y “Salomé” es recurrente en varios temas musicales. Además, es el apellido de una bella e irreverente dama que se llamó Lou Andreas Salomé, amante de los intelectuales, músicos y científicos más sobresalientes del siglo XIX. 

Son Salomé le pareció un nombre sonoro y fácil de aprender o pronunciar en cualquier idioma, pues a este bar van todos los extranjeros o nacionales que desean escuchar lo mejor de la música caribeña.

Chepe es reconocido como el melómano y Dj más selectivo de la rumba capitalina. En su bar es posible escuchar desde lo más antiguo y recóndito del son hasta lo más nuevo o raro de la salsa, el reggae e, incluso, el reguetón.

Chepe cree que su mayor ventaja auditiva a la hora de depurar repertorios musicales es que jamás escucha radio y que ni siquiera ha comprado uno. No le gusta la televisión, pero de vez en cuando ve los noticieros nacionales.

Viaja con frecuencia a Cuba y a Puerto Rico en búsqueda de novedades musicales. Es cinéfilo y un gran lector e investigador de música. Todo lo que busca es para él, porque lo hace feliz y porque quiere sorprender a sus clientes cada noche.

MARCELA JOYA: Chepe, ¿cómo se involucra usted en el mundo de la salsa?

CHEPE: Yo no me involucré en el mundo de la salsa, a mí me involucraron. Sin querer y sin ser consciente crecí en un ambiente musical caribeño. Quiero decir, en cualquier bus al que me subía escuchaba a la Fania, a los Palmieri, todos esos artistas con los que uno se inicia en la salsa. Mi infancia la viví en Palermo, al sur de Bogotá, un barrio muy rumbero en el cual me encontraba en cada esquina con un "pirobo", uno de esos personajes con pinta de bailarín salsero, zapatos blancos de charol y camisa ajustada al cuerpo que se la pasaba a toda hora practicando pasos nuevos. Como vivía cerca del barrio Restrepo, también me fui contagiando de la energía musical que allí se respiraba. Había muchos bares caribeños y la movida era tan fuerte que me fue adoptando sin darme cuenta.

M.J: ¿Y empezó a coleccionar música desde joven?

CH: Yo no soy coleccionista y detesto ese título. Lo que sucedió fue que me volví un jovencito muy inquieto por conocer y devorar toda la música del Caribe, entonces empecé a comprar pastas de música que me traían especialmente de Cuba, y poco a poco me fui llenando de discos que nunca he sabido ni cómo organizar. No me gusta decir que soy coleccionista porque serlo es ufanarse de conocimientos que no tiene nadie realmente. Coleccionar es almacenar y guardar y lo que yo hago es escuchar y difundir. Hace poco regalé más de 2000 discos seleccionados porque ya no tenía en dónde almacenarlos y no considero justo que la música se empolve mientras existen personas inquietas dispuestas a valorar ese material.

MJ: Cuénteme cómo montó usted su primer bar salsero, ¿Estudió algo referido a la música?

CH: Toda la vida he sido un estudioso autodidacta de la música pero paradójicamente hice una carrera universitaria que nada tiene que ver con ella, Finanzas y Mercadeo, en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Después de graduarme me ocupé muy poco tiempo en eso y cuando tenía 25 años monté mi primer bar, que no fue salsero, o al menos no exclusivamente. Se llamó Nueva Trova, precisamente porque esa era su línea musical. Programaba desde Silvio Rodríguez y Ana y Jaime hasta Petrona o Totó, que por cierto eran músicas relegadas en Colombia y sus discos me tocó conseguirlos en Francia a precios muy altos.

MJ: ¿Dónde quedaba Nueva Trova? ¿Era un lugar rumbero o su intención era más bien que la gente pudiese sentarse a escuchar música y a tomar algo?

CH: Monté el bar al lado de la Universidad Nacional porque en ese entonces todos los sitios por el estilo estaban allí ubicados: Son Palomeque, Luz y Loma y algunos más. Finalmente eran los estudiantes de la Nacional los que mantenían el sitio y desde las diez de la mañana ya me estaban tocando la puerta para que los dejara entrar, y hasta las tres de la madrugada volvía a cerrar. El bar era pequeñito pero sorprendentemente los muchachos se paraban a bailar y armaban tremendas rumbas. Así que fueron ellos mismos quienes se encargaron de crear el ambiente de Nueva Trova.

MJ: ¿Y cuánto duró? O, más bien, ¿por qué lo cerró?

CH: Por agotamiento. Yo no hacía nada más que mantener el bar. Yo era el dj, el mesero, el portero, el aseador. Y prácticamente lo abría de lunes a sábado. Lo mantuve dos años hasta que el cansancio me ganó.

MJ: Pero no mucho tiempo después abrió usted el primer Son Salomé, ¿verdad?

CH: Un año después. El 4 de julio de 1986. Es que en verdad la primera experiencia que tuve con un bar fue maravillosa y me quedó gustando. Por eso volví a montar uno, esta vez sí especializado en la música caribeña.

MJ: ¿En dónde? ¿En qué público pensó?

CH: Ubiqué un pequeño local sobre la calle 40 con carrera 7 y allí lo puse. Lo que yo quería era adecuar un espacio para el buen melómano, por decirlo de algún modo. Son Salomé desde siempre ha sido un bar interesado en difundir la buena música, desde las grabaciones más antiguas y recónditas hasta las nuevas que se están haciendo en cualquier lugar del mundo.

MJ: En efecto, Son Salomé es distinguido por los salseros como el lugar donde se programa la mejor salsa, para usted, ¿cuál es esa buena música? ¿Cómo hace esa distinción?

CH: Hablar de la mejor música puede parecer algo petulante. Pero creo que todos los que somos aficionados a ella nos vamos volviendo selectivos con el tiempo y si además somos dj tenemos que ocuparnos de elegir lo que a nuestro parecer es lo mejor. En el momento en que abrí Son Salomé existían pocos lugares para escuchar música caribeña, no salsa, con esa palabra me siento un poco limitado, porque para mí una de las mejores músicas del mundo es la cubana, que no es salsa, y que desde siempre he programado en mi bar. Lo que hice fue pensar en un sitio para poner la música que a mí me gustaría escuchar en cualquier lugar, para sorprender a los clientes y a su vez para ofrecer una música que no se estaba difundiendo en los bares más populares del momento, como Galería Café Libro y El Goce Pagano. De hecho, en un principio Son Salomé no era ni siquiera reconocido por su nombre porque la gente siempre decía "vamos donde Chepe" y muchos ni sabían cómo se llamaba el bar, además, porque el letrero era bien pequeñito. Luego me trasladé al actual local, sobre la carrera 7 con calle 42 y entonces la gente supo el nombre del establecimiento. Lo triste es que ahora ni saben quién es Chepe, pero no importa.

MJ: ¿La diferencia de Son Salomé con El Goce Pagano o con Galería Café Libro se debía entonces a un asunto de línea musical únicamente?

CH: A muchas cosas, pero principalmente se distinguía y se distingue por la línea musical. Yo no soy un empresario y negociante como Alberto Littfack, el dueño de Galería Café Libro, ni soy un teórico y coleccionista aficionado como César Pagano. La función de Son Salomé es y ha sido deleitar al curioso con las músicas del mundo. Bien puedes escuchar en mi bar un bolero de hace 50 años como un reguetón o hip hop actual de Venezuela, por decir algo. Creo que nunca pensé en grande y no sé si eso fue bueno o malo, porque así como estoy me siento satisfecho. Con un lugar discreto al cual le caben máximo unas 150 personas y que suele llenarse cada fin de semana. Sin embargo, hay que reconocer la función social tanto de Littfack como de Pagano. Por su parte Galería Café y Libro fue el primer bar grande de salsa que existió en el norte de Bogotá. Littfack trasladó la salsa a la élite de la ciudad, permitiendo que estas clases sociales se involucraran en el movimiento. Por ello es que la música que ponía (y pone) no podía ser la más selecta y rara sino la más popular y comercial, la que estaba sonando en las emisoras. Littfack sí pensó en grande, en crear un fenómeno masivo en un sector donde la gente se encontraba en capacidad de pagar mucho mejor los costos de cualquier servicio ofrecido por el bar. Pensó en un gran negocio con gran rentabilidad, y lo consiguió. Por eso es que Galería Café y Libro no programa la mejor música –ni tampoco la peor–, pero sí todo tema que a la gente que frecuenta el sitio le gusta bailar. Es decir, canción que no llene la pista de baile no vuelve a sonar en Galería Café Libro. Y si bien Littfack "elitizó" la salsa en Bogotá, Pagano la "intelectualizó". El Goce Pagano fue el primer centro cultural salsero de la ciudad, por eso reunía a un selecto grupo de gente interesada en comprender la música caribeña de la manera más profunda. Son labores que hay que reconocerles a estos dos importantes empresarios.

MJ: Pero tengo entendido que usted fue dj de Galería Café Libro, ¿Ponía su música o la de Littfack? ¿Por qué terminó allí?

CH: (Ríe) Littfack y yo fuimos buenos amigos ante todo. Trabajé con él durante cinco años como dj con la fortuna de poder programar la música que yo quería, algo que no les sucede a la mayoría de djs en ningún bar. Claro, el dj tiene libertades pero siempre debe ajustarse a los parámetros musicales del lugar. Lo que yo hice en Galería Café Libro fue establecer otra línea musical y a Littfack le gustaba. Programaba salsa bailable pero un poco menos popular aunque debo reconocer que por petición de Alberto nunca dejé de programar La temperatura de Los Hermanos Lebrón o el eterno himno del bar, Sandra Mora, un tema que lleva sonando en Galería los treinta años que tiene el sitio.

MJ: ¿Y cómo hacía para programar música ahí y a la vez hacerse cargo de Son Salomé?

CH: Eso sí fue un gran problema. Durante el primer año encargué mi bar a distintos djs pero no resultó siendo una buena idea porque mis clientes se iban a buscar a al dj Chepe a Galería Café Libro, mientras que Son Salomé perdía ventas. Por eso acordé con Littfack que trabajaría en su bar solo de lunes a miércoles para poder atender mi bar los fines de semana, y así permanecí cuatro años más hasta que me fui a trabajar con la competencia de Galería.

MJ: ¿Dónde? ¿Por qué?

CH: Se llamaba Saint Amour y su dueño era Germán Cubillos. Fue un inmenso bar de salsa, incluso más grande que Galería, y se ubicaba también en la zona rosa. Trabajé allí porque tenía toda la libertad de poner mi música, tanto así que la programación era la misma que la de Son Salomé. Además, Germán era un inquieto comprador de rarezas musicales que me nutría mucho profesionalmente. Permanecí allí casi un año hasta que me tocó volver a ponerme al frente de Son Salomé tiempo completo porque a mis djs se los estaban llevando Littfack y Pagano.

MJ: Por dinero…

CH: Son Salomé nunca ha podido (ni puede) pagar a sus djs lo que les pagan en Galería, en El Goce Pagano o en Salomé Pagana. Lo que no indica que les pague mal porque para mí el trabajo del dj es demasiado respetable e importante. De hecho en Son Salomé el alma es el dj.

MJ: Teniendo Son Salomé tanta exclusividad con la música no debe ser fácil para usted encontrar un dj que lo haga bien.

CH: Mira, alguna vez les pregunté a los integrantes de la Orquesta Aragón cómo podían ellos seleccionar un nuevo músico que tuviera la calidad para pertenecer a la agrupación, y me respondieron que lo primero que hacían era elegir a la persona y luego verlo como músico y formarlo si era preciso. Yo pienso lo mismo. Primero conozco a esa persona y la elijo por su calidad humana, por su curiosidad e inquietud por la música, y luego voy viendo cómo puedo guiarla, o dejo que ella también me guíe a mí porque yo no lo sé todo. Adoptando las palabras de Jaime Velásquez, el dueño de Sandunguera, un excelente bar salsero, pienso que el mejor dj es el que todos los días de su vida crea nuevas piezas compuestas por muchas canciones. Es un arte.

MJ: Usted que ha sido dj durante toda su vida, cuénteme, ¿en qué consiste realmente ese trabajo?, porque no es tan simple como puede parecer…

CH: Por supuesto que no es nada simple. Es toda una profesión, es mi profesión. Si después de haber programado seis horas seguidas de música un dj me dice que se siente relajado eso indica que hizo muy mal su trabajo. Programar música es un trabajo desgastante que requiere de concentración, observación y dedicación. Un buen dj no es el que pone música una noche y ya sino el que se prepara para poder hacerlo. Debe escuchar varias horas al día toda la música que puede, depurar repertorios y buscar nuevos temas. Debe aprender a masterizar y a hacer mezclas porque también del buen sonido, en efectos técnicos, depende el éxito de un bar. Debe observar cuidadosamente a la gente que está en el bar, debe volverse un poco maniático en descifrar la apariencia de las personas para saber qué poner. Si se da cuenta de que hay una parejita de enamorados no debe colocar "Mala Mujer no tiene corazón…"; si ve a varias personas bailando felices no los puede sentar con un bolero. Si ha programado a dos tríos no puede romper la línea con una descarga. El dj es finalmente el responsable de que el lugar se mantenga y de que la gente vuelva o no. Al menos en un lugar como Son Salomé, donde lo principal es la música.

MJ: ¿Y por qué no adecuar una pantalla o una tarima para la presentación de música en vivo? ¿Nunca ha pensado en esa posibilidad?

CH: Creo que tengo la fortuna de ser el único bar de salsa sin pantalla y sin tarima. Considero que la proyección de videos puede tanto cohesionar a la gente como espantarla, pero es más fácil aburrirla. La calidad no puede ser buena sino excelente y no solo en aspectos técnicos sino en contenido, pero realmente rara vez logras mostrar algo que guste a todo el público. Y con la música en vivo pasa lo mismo. Podré parecer cansón pero tengo que ser sincero. No voy a presentar a un grupo solo por el hecho de tener música en vivo. La calidad es muy importante y si no la hay no vale la pena. Y con calidad me refiero al sonido en el bar, al profesionalismo de los músicos, a la perfección instrumental, a todo. No puede ser aceptable, tiene que ser excelente.

MJ: No hay calidad en las nuevas agrupaciones salseras bogotanas, que ya son más de 25…

No la hay. No todas son tan malas, pero la gran mayoría sí. Creo que se está haciendo salsa por la irremediable manía del nuevo músico a evocar la nostalgia de lo que ya murió.

CH: ¿Ya murió la salsa?

MJ: Hace mucho. Ahora hay fusiones que son buenas y música caribeña de calidad, pero salsa se le llamó a un fenómeno y no a un estilo. Y ese fenómeno ya pasó.

CH: No entiendo… Me puede explicar a qué se refiere con que ese fenómeno ya pasó. ¿No hay un nuevo movimiento salsero actualmente? Lo que hay es un movimiento musical, pero mediocre. Hay que aceptarlo y que decirlo: los músicos colombianos son perezosos y conformistas. Piensan que hacer salsa es tocar unos ritmos que se parezcan a lo que ya está hecho, no proponen nada, no crean sino que imitan. Por eso todas las orquestas bogotanas suenan igual, no es posible diferenciarlas entre sí, ni bailar sus temas, que aún son poco rumberos.

MJ: ¿No le gusta ninguna de las nuevas orquestas?

CH: Claro que sí. Soy radical pero no insensible. Me gusta Sidestepper, ChocQuibTown, algo de La Real Charanga, del Sexteto Latino Moderno y un poco de La 33.

MJ: ¿No hacen salsa La Real Charanga, el Sexteto Latino Moderno y La 33?

CH: Con la palabra salsa me dejas muy limitado. Pero si hablamos de salsa como tal entonces creo que no la hacen. Cada una tiene de cierto modo elementos de fusión que indistintamente no suenan mal. La 33 que pareciera ser la más salsera, no hace algo distinto a lo que ya está hecho, imita.

MJ: Ah, entonces cuando dice usted que la salsa ya murió se refiere a que no se está haciendo nueva salsa y no a que no existe.

CH: Algo así. La salsa fue un movimiento para aglutinar una serie de ritmos particulares en una época determinada, años 70 y 80. Que se retome la línea sonora de algunas musicalidades no quiere decir que se esté haciendo algo nuevo. Por eso mismo digo que se está retomando más no innovando.

MJ: Todo tiempo pasado fue mejor…

CH: No quiero ser pesimista. Actualmente en el mundo se está haciendo muy buena música, tanta que es imposible apreciarla toda.

MJ: Cómo por ejemplo…

CH: Me gusta Havana Abierta, me gusta La Orquesta Mágica de La Havana, me gusta Kelvis Ochoa, me gusta Salsa Céltica.

MJ: ¿Cómo hace usted para estar siempre al tanto de lo que está sucediendo en el mundo musicalmente?

CH: Trato de viajar a Cuba dos veces cada año y me traigo de La Havana y de Santiago todo lo que puedo. También voy a Puerto Rico y hago lo mismo, a veces a Venezuela y a Nueva York, o también son mis amigos los que me consiguen discos fabulosos de cualquier lugar del mundo. Imagino que ha tenido la oportunidad de conocer a grandes personalidades internacionales de la salsa en su camino. A muchísimos. Pero tengo especial cariño por Changuito, el percusionista de Los Van Van, y cada vez que voy a La Havana lo primero que hago es buscarlo y dejar que él sea mi guía inseparable. También veo a Mayito, a Puntillita, a Pio Leyva, a Omara Portuondo.  Sobre todo cuando trabajé en Galería Café Libro, por ser el bar en el que mejor se mueven las orquestas internacionales, conocí a muchas de estas personalidades de la música, como a la Orquesta Aragón y a la Sonora Ponceña, que de ahí no salían.

MJ: Y a Henry Fiol.

CH: ¿Quién no conoce a Henry Fiol? No sale de Colombia. Pero está lejos de ser mi predilecto. No puedo aceptar que jamás reconoció los derechos de autor de los compositores cubanos que le cedieron gran parte de su repertorio, como La Juma de Ayer y Buscando la Melodía, mientras él deambula por el mundo en medio de su estrellato y ellos viven casi en la miseria.

MJ: Chepe, toda una vida dedicado a programar música, ¿sigue siendo ese su oficio exclusivo?

CH: Desde que abrí mi primer bar lo ha sido y lo sigue siendo. Jueves, viernes, sábados y vísperas de festivos me ocupo del bar. El resto de la semana me encierro a leer y a escuchar música unas ocho horas diarias. A depurar y a renovar.

MJ: ¿Todo tipo de música?

CH: La que sea y de cualquier lugar del mundo. Si bien en Son Salomé prevalece la salsa, no dejo de programar música del Caribe, algo de reguetón, reggae, champeta, hip hop.

MJ: ¿Nunca ha tenido planes de escribir sobre todo lo que ha investigado de la música durante tantos años?

CH: Yo investigo para poder entender mejor la música, para poder disfrutar plenamente de ella y así poder programar cada día mejor. No soy escritor, no soy musicólogo. Mucho de lo que yo investigo ya está escrito.

MJ: ¿Y en la radio? ¿Alguna vez lo han invitado a programar o a realizar algún programa?

CH: Varias veces. Pero la verdad es que mi timidez con el micrófono es muy grande. Además no soy un sabio ni me considero un experto para que los oyentes tengan que creer en lo que yo digo.

MJ: Y cuénteme, ¿sigue comprando discos y programando la música en Son Salomé? O, ¿Cómo funciona en su bar este asunto?

CH: Solo cuando viajo compro discos y eso sí es el caso de que no pueda conseguirlos por otra parte. Hay ya que dejar ese romanticismo. La tecnología nos pone todo al alcance de la mano, yo ya no tengo en dónde guardar más cajas de discos mientras que un dispositivo del tamaño de mi mano puedo almacenar miles de canciones, con las carátulas de los discos y el contenido de las cartillas, absolutamente todo. Para mí la web es una fortuna, es maravilloso tener acceso a todo lo que sucede en el mundo en un instante y el hecho de que la música ya no sea una exclusividad de quienes tienen los recursos económicos me parece genial. Lo que no significa que a los músicos no se les reconozca económicamente su trabajo; por el contrario, si los conoce el mundo pueden salir con más facilidad de su país natal y volar muy alto.

MJ: ¿Qué significa para usted la salsa?

CH: La salsa o la música del Caribe, o la música sabrosa, es para mí el mejor legado que nos dejaron los negros. Por ellos doy gracias a la vida por permitirme vivir, porque las dificultades del día a día se alivian con la buena música, porque soy absolutamente feliz haciendo lo que hago. La música ha sido mi compañera fiel toda la vida pues ya no me casé ni quisiera hacerlo. La música es como una bella y difícil dama a la que si logras cotejar tienes que declararle absoluta fidelidad porque si no es ella quien te traiciona. Si la dejas un solo instante luego no puedes entenderla ni descifrarla. Por eso la música es mi compañera.

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