NULVALLUE
Es uno de los recuerdos más fuertes de su niñez que comenzó en 1929. Otro, es el de las calles polvorientas y calurosas del barrio de Revolo, el más popular de Barranquilla, la cuna de Nelson Pinedo y Memuerde García. Allí también nacieron sus cinco hermanos. Y allí, todos sintieron la disciplina draconiana de su padre, un moreno barranquillero, que llegaba a tal punto que obligaba a pedirle permiso para poder asomarse a la puerta.
Siempre, a las 4 de la mañana, don Eduardo Granados, su padre, encendía el viejo transistor de banda corta para sintonizar con absoluta fidelidad las emisoras cubanas. Mientras, en la cama de al lado, él soñaba arrullado por el Trío Matamoros, La Casino de la Playa, Beny Moré, Ñico Saquito, Primitivo Santos...
Este año Miguel Granados Arjona, el viejo Mike, cumplió 63 años. La mayoría en la salsa. Aunque la modestia le impide reconocerlo, es el pionero de la difusión en Bogotá de ese ritmo afrocaribeño y la persona en el país que más sabe de la Sonora Matancera.
Es el hombre que le cambió el bailado a los bogotanos. Con su voz gruesa y su hablar lento, recuerda todo el trabajo que le costó lograrlo: los madrazos de los cachacos que consideraban que estaba alterando el orden capitalino, las pifias de los dueños de emisora que aseguraban que era un ritmo pesado y la pobreza, esa que muchas veces deben acarrear todos aquellos que abren camino para que otros lo recorran con mejor suerte.
Nadie se salva de la rumba a cualquiera lo lleva hasta la tumba, La rumba no tiene raza pa la rumba no hay color, La rumba se baila en masa así haga frío o calor...
También recuerda cuando era, indefectiblemente, el maestro de ceremonias de todas las presentaciones de las estrellas de salsa en Colombia. Su presencia era prenda de garantía. También trae a la memoria el día que conoció a Rogelio González y a Celia Cruz, los pilares de la Sonora. Desde entonces mantienen una buena amistad.
Con la delicadeza de un abuelo, acaricia la grabadora que está sobre el escritorio. Acomoda sus gafas de lentes gruesos que han ceñido su nariz, mira la pequeña oficina de paredes claras y muebles grises y recuerda que él quería ser médico, pero la pobreza no lo dejó.
De lo único que vivía la familia era de lo que se vendía en la tienda. Casa a donde se trasteaban, casa en la que había que dejar un cuarto para el negocio. Más que por los precios o la calidad, muchos iban a comprar allá porque el transitor permanecía encendido recibiendo la señal de los programas de Punto Cubano que transmitían desde la isla y que hicieron famosos a Celina y Reutilio.
Y esa onda tempranera del son tocó a muchos en el barrio. A los 16 años, cuando era bachiller del colegio de Barranquilla para varones, era común que se colara en las fiestas para mayores o que armara con sus amigos una propia. Los 2 pesos con 50 centavos que aportaba cada uno daba derecho a un sancochito, unos tragos de sifón y la bailada. Porro, cumbia, danzón, son, guaracha, bolero... estaban incluidos en las tandas que lanzaban los picoteros.
El viejo Mike es pulido en el hablar. En parte obra de su bachillerato en filosofía y letras; en parte por su experiencia al lado de grandes de la locución costeña como Manuel Villarreal y Marcos Pérez. Todos le decían que tenía buena voz.
Cuando estaba en tercero de bachillerato comenzó a trabajar como locutor en Barranquilla en una emisora en la que, de domingo a domingo y durante ocho horas diarias, debía redactar y leer las cuñas, anunciar los discos y hasta hacer los servicios sociales. Luego pasó por las grandes de la costa.
Una noche de marzo de 1952, recostado en su cama y después de haber consultado a quienes creía conveniente, decidió cambiar de rumbo: el nuevo era Bogotá. Había una oferta de trabajo y una mala situación económica en la casa. Con unos pocos corotos, una mujer igual de joven que él y un frío que todavía no se le quita, llegó, pero curiosamente no a hablar de salsa, sino de vallenato. Su programa se llamaba El rincón costeño. Y barría con la sintonía.
Las pocas posibilidades económicas atentaron contra su constancia. Durante dos años fue visitador médico. Volvió a la radio, regresó a trabajar a Barranquilla, de ahí pasó a Buenaventura y luego a Cali. En el puerto los vaporinos, esos marinos de la Flota Mercante que regresaban de Nueva York con las maletas repletas de discos de la Riverside, la Sonora Matancera, Tito Rodríguez... lo tentaron por primera vez.
La segunda, fue obra de dos amigos que le insistieron: Mira, viejo Mike, hay un ritmo que se llama salsa y que está entrando duro por Barranquilla. No lo dudó: los bogotanos tenían que cambiar el paso.
En 1968 se colocó el primer disco de salsa en Bogotá. Fue en Radio Continental de Todelar y fue escogido y presentado por él.
Pero la dicha duró poco. Los programas, según los dueños de la emisora, eran muy fuertes para el gusto capitalino, y Mike era un loco por pretender cambiar las cosas.
Pero él abrió otra puerta. La de La voz de Bogotá, que curiosamente también es de Todelar. Haciéndose el loco, soportando los madrazos de los cachacos iracundos, y animado por las felicitaciones de los nuevos salseros, siguió adelante. Al poco tiempo algunas zonas de Bogotá comenzaron a cambiar. Chapinero, por ejemplo.
Cerca a la Iglesia de Lourdes, en la 63 arriba de la carrera 13, apareció Mozambique, la primera discoteca exclusivamente de salsa en la capital. Luego llegó la Negra Esperanza, la más grande coleccionista de salsa que ha tenido Cali, luego Paladium, La Escalinata, La Montaña del Oso, Sol de Media Noche... En ellas dejó mucho de su vida y de sus pesos en bohemia y mujeres. Al fin y al cabo, había que estar en la rumba para hablar de la rumba.
Le di la mano a una gitana ayer, para saber de mi buena fortuna, y me dijo tú tendrás amores, pero fortuna no tendrás ninguna...
De eso también le aprendieron Jaime Ortiz Alvear y Guillermo Monsalve, dos de sus alumnos y dos de los más conocidos salseros de la radio en Colombia.
El viejo Mike ha estado a punto de cambiar de solar, de decir definitivamente adiós. Desde 1987 y hasta el año pasado: se retiró de la radio, se dedicó sin fortuna a los negocios, estuvo a punto de morir de peritonitis, fue sometido a tres cirugías y hasta probó suerte en La Gran Manzana Nueva York, pero no pasó el cursito para quedarse.
Sentado en un sillón y viendo como después de tantos años y motivos en contra de él su mujer continúa fiel a su lado, y como poco a poco sus cinco hijos han ido dejando ya mayores la casa del barrio Santa Isabel, Mike recibió el año pasado un nuevo llamado.
Los hermanos Herrera Lozano decidieron crear en Bogotá la primera emisora exclusivamente de salsa: Radio K, y uno de sus ases fue Miguel. El riesgo valió la pena. Hoy es una de las emisoras musicales que más se escucha en Bogotá, según las encuestas. Eso lo motiva, le da una nueva razón para seguir adelante.
Mike se levanta de la silla y, con sus cerca de 1.80 metros de estatura, se pierde por un estrecho pasillo rumbo al estudio. Allí, en algún lugar del anaquel reposa un viejo disco de César Miró que canta Celio González con la Sonora Matancera...
Todos vuelven a la tierra en que nacieron al embrujo incomparable de su amor Todos vuelven a la ruta del recuerdo donde, acaso, floreció más de un amor Bajo el árbol solitario del pasado cuántas veces nos ponemos a soñar? Que es santo el amor en la tierra Que linda es la ausencia que deja el ayer Belén, la rumba te llama, tú ves...
Fuente: eltiempo.com Sección: Información general Fecha de publicación: 6 de diciembre de 1992 Autor: NULLVALUE
NULVALLUE
Es uno de los recuerdos más fuertes de su niñez que comenzó en 1929. Otro, es el de las calles polvorientas y calurosas del barrio de Revolo, el más popular de Barranquilla, la cuna de Nelson Pinedo y Memuerde García. Allí también nacieron sus cinco hermanos. Y allí, todos sintieron la disciplina draconiana de su padre, un moreno barranquillero, que llegaba a tal punto que obligaba a pedirle permiso para poder asomarse a la puerta.
Siempre, a las 4 de la mañana, don Eduardo Granados, su padre, encendía el viejo transistor de banda corta para sintonizar con absoluta fidelidad las emisoras cubanas. Mientras, en la cama de al lado, él soñaba arrullado por el Trío Matamoros, La Casino de la Playa, Beny Moré, Ñico Saquito, Primitivo Santos...
Este año Miguel Granados Arjona, el viejo Mike, cumplió 63 años. La mayoría en la salsa. Aunque la modestia le impide reconocerlo, es el pionero de la difusión en Bogotá de ese ritmo afrocaribeño y la persona en el país que más sabe de la Sonora Matancera.
Es el hombre que le cambió el bailado a los bogotanos. Con su voz gruesa y su hablar lento, recuerda todo el trabajo que le costó lograrlo: los madrazos de los cachacos que consideraban que estaba alterando el orden capitalino, las pifias de los dueños de emisora que aseguraban que era un ritmo pesado y la pobreza, esa que muchas veces deben acarrear todos aquellos que abren camino para que otros lo recorran con mejor suerte.
Nadie se salva de la rumba
a cualquiera lo lleva hasta la tumba,
La rumba no tiene raza
pa la rumba no hay color,
La rumba se baila en masa
así haga frío o calor...
También recuerda cuando era, indefectiblemente, el maestro de ceremonias de todas las presentaciones de las estrellas de salsa en Colombia. Su presencia era prenda de garantía. También trae a la memoria el día que conoció a Rogelio González y a Celia Cruz, los pilares de la Sonora. Desde entonces mantienen una buena amistad.
Con la delicadeza de un abuelo, acaricia la grabadora que está sobre el escritorio. Acomoda sus gafas de lentes gruesos que han ceñido su nariz, mira la pequeña oficina de paredes claras y muebles grises y recuerda que él quería ser médico, pero la pobreza no lo dejó.
De lo único que vivía la familia era de lo que se vendía en la tienda. Casa a donde se trasteaban, casa en la que había que dejar un cuarto para el negocio. Más que por los precios o la calidad, muchos iban a comprar allá porque el transitor permanecía encendido recibiendo la señal de los programas de Punto Cubano que transmitían desde la isla y que hicieron famosos a Celina y Reutilio.
Y esa onda tempranera del son tocó a muchos en el barrio. A los 16 años, cuando era bachiller del colegio de Barranquilla para varones, era común que se colara en las fiestas para mayores o que armara con sus amigos una propia. Los 2 pesos con 50 centavos que aportaba cada uno daba derecho a un sancochito, unos tragos de sifón y la bailada. Porro, cumbia, danzón, son, guaracha, bolero... estaban incluidos en las tandas que lanzaban los picoteros.
El viejo Mike es pulido en el hablar. En parte obra de su bachillerato en filosofía y letras; en parte por su experiencia al lado de grandes de la locución costeña como Manuel Villarreal y Marcos Pérez. Todos le decían que tenía buena voz.
Cuando estaba en tercero de bachillerato comenzó a trabajar como locutor en Barranquilla en una emisora en la que, de domingo a domingo y durante ocho horas diarias, debía redactar y leer las cuñas, anunciar los discos y hasta hacer los servicios sociales. Luego pasó por las grandes de la costa.
Una noche de marzo de 1952, recostado en su cama y después de haber consultado a quienes creía conveniente, decidió cambiar de rumbo: el nuevo era Bogotá. Había una oferta de trabajo y una mala situación económica en la casa. Con unos pocos corotos, una mujer igual de joven que él y un frío que todavía no se le quita, llegó, pero curiosamente no a hablar de salsa, sino de vallenato. Su programa se llamaba El rincón costeño. Y barría con la sintonía.
Las pocas posibilidades económicas atentaron contra su constancia. Durante dos años fue visitador médico. Volvió a la radio, regresó a trabajar a Barranquilla, de ahí pasó a Buenaventura y luego a Cali. En el puerto los vaporinos, esos marinos de la Flota Mercante que regresaban de Nueva York con las maletas repletas de discos de la Riverside, la Sonora Matancera, Tito Rodríguez... lo tentaron por primera vez.
La segunda, fue obra de dos amigos que le insistieron: Mira, viejo Mike, hay un ritmo que se llama salsa y que está entrando duro por Barranquilla. No lo dudó: los bogotanos tenían que cambiar el paso.
En 1968 se colocó el primer disco de salsa en Bogotá. Fue en Radio Continental de Todelar y fue escogido y presentado por él.
Pero la dicha duró poco. Los programas, según los dueños de la emisora, eran muy fuertes para el gusto capitalino, y Mike era un loco por pretender cambiar las cosas.
Pero él abrió otra puerta. La de La voz de Bogotá, que curiosamente también es de Todelar. Haciéndose el loco, soportando los madrazos de los cachacos iracundos, y animado por las felicitaciones de los nuevos salseros, siguió adelante. Al poco tiempo algunas zonas de Bogotá comenzaron a cambiar. Chapinero, por ejemplo.
Cerca a la Iglesia de Lourdes, en la 63 arriba de la carrera 13, apareció Mozambique, la primera discoteca exclusivamente de salsa en la capital. Luego llegó la Negra Esperanza, la más grande coleccionista de salsa que ha tenido Cali, luego Paladium, La Escalinata, La Montaña del Oso, Sol de Media Noche... En ellas dejó mucho de su vida y de sus pesos en bohemia y mujeres. Al fin y al cabo, había que estar en la rumba para hablar de la rumba.
Le di la mano a una gitana ayer,
para saber de mi buena fortuna,
y me dijo tú tendrás amores,
pero fortuna no tendrás ninguna...
De eso también le aprendieron Jaime Ortiz Alvear y Guillermo Monsalve, dos de sus alumnos y dos de los más conocidos salseros de la radio en Colombia.
El viejo Mike ha estado a punto de cambiar de solar, de decir definitivamente adiós. Desde 1987 y hasta el año pasado: se retiró de la radio, se dedicó sin fortuna a los negocios, estuvo a punto de morir de peritonitis, fue sometido a tres cirugías y hasta probó suerte en La Gran Manzana Nueva York, pero no pasó el cursito para quedarse.
Sentado en un sillón y viendo como después de tantos años y motivos en contra de él su mujer continúa fiel a su lado, y como poco a poco sus cinco hijos han ido dejando ya mayores la casa del barrio Santa Isabel, Mike recibió el año pasado un nuevo llamado.
Los hermanos Herrera Lozano decidieron crear en Bogotá la primera emisora exclusivamente de salsa: Radio K, y uno de sus ases fue Miguel. El riesgo valió la pena. Hoy es una de las emisoras musicales que más se escucha en Bogotá, según las encuestas. Eso lo motiva, le da una nueva razón para seguir adelante.
Mike se levanta de la silla y, con sus cerca de 1.80 metros de estatura, se pierde por un estrecho pasillo rumbo al estudio. Allí, en algún lugar del anaquel reposa un viejo disco de César Miró que canta Celio González con la Sonora Matancera...
Todos vuelven a la tierra en que nacieron
al embrujo incomparable de su amor
Todos vuelven a la ruta del recuerdo
donde, acaso, floreció más de un amor
Bajo el árbol solitario del pasado
cuántas veces nos ponemos a soñar?
Que es santo el amor en la tierra
Que linda es la ausencia que deja el ayer
Belén, la rumba te llama, tú ves...
Fuente: eltiempo.com
Sección: Información general
Fecha de publicación: 6 de diciembre de 1992
Autor: NULLVALUE
Merecido e interesante texto, sin embargo, goza a mi parecer de algunas inexactitudes que requieren aclaración y, hasta, precisión:
ResponderEliminar1. Antes de 1968 en Bogotá se había programado salsa en las emisoras. No sé si salsa neoyorquina, pero puertorriqueña si y hasta de la llamada "música antillana", así como mambos y estilos semejantes. Para ese año 1968, por ejemplo,ya El Gran Combo había hecho populares temas como Ojitos Chinos, que incluso está incluido en un elepé 14 Cañonazos anterior a 1968. Un tema como La Barola ejecutado por Johnny El Bravo, era popular. También eran referenciados algunos números de Cortijo y su Combo. Existen otros elementos puntuales y conceptuales que ayudan a desmitificar la errónea creencia, por ahora éstos.
2.- La primera emisora salsera de Bogotá en absoluto fue Radio K. La primera fue Bienvenida Estéreo, frecuencia afiliada a Caracol Radio, con una diferencia de casi una década.
3. Nunca la Negra Esperanza fue, ni será, la más grande coleccionista de Salsa de Cali. Es una exageración extrema del redactor sin fundamento, ni investigación. Existen muchos más nombres con colecciones cuantiosas y calidosas, como por ejemplo, la creada por Isidoro Corkidi. Por mencionar una sola colección y un solo coleccionista. Si por algo se caracteriza Cali es por sus coleccionistas y colecciones. Por algo Gary Domínguez, un especialista en la materia, manifestaba que Cali más que la Capital Mundial de la Salsa era la Capital de la Memoria Discográfica del Caribe.
Como llegué a Bogotá, proveniente de Cali, en 1968, solo tengo el recuerdo del Rincón Costeño de Miguel Granados Arjona, que empezó con Vallenatos y luego cambió a la salsa...
ResponderEliminar