MARCELA JOYA
Entrevista de la comunicadora social y música, Marcela Garzón Joya, al músico y actor César Mora, pionero en Bogotá en la conformación de agrupaciones musicales como el Son del Pueblo, posiblemente el primer grupo sonero / salsero fundado en la capital colombiana. Músico y rumbitante de la Teja Corrida, el Goce Pagano, Quiebra Canto y Cabaret Son. Creador de la Orquesta María Canela, una de las más antiguas de la ciudad. Autor de Canela, letra de un son guajira con reconocimiento por su poética y contenido social. Participante permanente de los Festivales al Parque. Y testigo de las primeras reuniones que condujeron a la organización del primer Salsa al Parque.
Este documento sobre la memoria salsera de la capital es extractado del trabajo de grado titulado 14 Sones, Una Historia Oral de la Salsa en Bogotá, con el cual la entrevistadora optó por el título de comunicadora social y periodista, egresando en 2009 de la Facultad de Comunicación Social y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana.
A continuación la totalidad de la entrevista con César Mora:
MARCELA GARZON JOYA: César, ya es usted un veterano de la salsa, por el largo tiempo que lleva en ese mundo, cuénteme ¿cómo se metió en él? ¿Por qué la salsa?
A continuación la totalidad de la entrevista con César Mora:
MARCELA GARZON JOYA: César, ya es usted un veterano de la salsa, por el largo tiempo que lleva en ese mundo, cuénteme ¿cómo se metió en él? ¿Por qué la salsa?
CESAR MORA: Todo inició en casa. Mis padres no fueron músicos pero de ellos heredé el amor por la música. Vengo de un hogar de clase media popular, mi padre era un ingeniero mecánico que trabajaba arreglando las máquinas del ferrocarril de Chipichape en Yumbó, Cali, y mi madre era ama de casa y música frustrada porque tenía una voz soprano bellísima. Desde niño ella me cantaba y fue a su lado que empecé a entonar las primeras baladas,los primeros sones. A mi padre, por su parte, le gustaba tener los discos de sus artistas favoritos. No era un coleccionista porque serlo en Cali era casi una profesión, se requería de mucho dinero y de dispositivos de sonido que nosotros no teníamos. Pero cuando podía ahorrar unos pesitos compraba discos de ópera, de ranchera y por supuesto de la Sonora Matancera. Que le fascinaba. A mí me empezaron a gustar mucho esos ritmos “sabrosongos” y por eso cuando era un adolescente me buscaba la forma de escuchar salsa en las emisoras. Por ejemplo: recuerdo que para finales de los 80 o mediados de los 70 un programa que se llamaba Una Hora con La Sonora en la voz gruesa e inolvidable del Viejo Mike, un locutor estrella maravilloso que sabía lo que nadie más sabía de salsa. Además era divertidísimo escucharlo, le trasmitía a uno ese amor por la salsa y por descubrir todo ese universo.
JOYA: ¿Entonces fue la radio un medio que lo impulsó a involucrarse en la música?
MORA: Podría decir que fue el único medio que tuve desde chico para conocer la música. Grababa en casetes todo lo que quería porque yo era un estudiante que no contaba con los recursos económicos para comprar discos.
JOYA: ¿Algún artista lo motivó a ser músico?
MORA: Me fascinaba Willie Colón. Su color de voz, su ritmo y los trombones. En verdad, admiraba a todo el grupo Fania, me aprendía las letras de sus canciones. Por eso supe que yo quería cantar y decidí estudiar música.
JOYA: Hablemos de eso. ¿Cómo inicia su carrera artística?
MORA: Primero empecé a hacer teatro en Cali. Mientras tanto me la pasaba con mis amigos metido en cuanto bar de salsa existía. Pero realmente llegué a conocer grupos de música a los 19 años, cuando me trasladé a Bogotá junto con mi familia porque a mi padre lo asignaron como ferrocarrilero de la Sábana de Bogotá. En ese momento empecé mi carrera artística ingresando al Teatro Libre de Bogotá, en donde primero fui actor y luego, por la necesidad de musicalizar las obras, empecé a cantar y a tocar la guitarra. En 1973 nació allí El Son del Pueblo, un grupo musical de pequeño formato adscrito al teatro que tenía como función principal acompañar a todas las obras. El Son del Pueblo surgió como una necesidad del teatro que en ese momento tenía una militancia política izquierdista del MOIR y fue por eso que nuestro grupo recibió ese nombre y se preocupó por representar en sus contenidos musicales el momento histórico que vivíamos. Estaba conformado por estudiantes de la Universidad Nacional y por otros jóvenes que tenían fuertes deseos de expresar artísticamente sus ideas. Simultáneamente empecé a estudiar música en la Universidad Pedagógica, pero nunca terminé la carrera porque mi participación en El Son del Pueblo consumía casi la totalidad de mi tiempo, más aún cuando comenzaron las giras y tuve que aplazar varias veces los semestres. En consecuencia, me fui formando empíricamente y a decir verdad no me arrepiento.
JOYA: Cuénteme un poco sobre El Son del Pueblo. ¿Qué hacían? ¿Cómo lo hacían?
MORA: Recogíamos lo que nos llegaba de Cuba y de Puerto Rico, pero sobre todo de Cuba porque de allí venía una cantidad de música mensaje o música protesta, como la de Carlos Puebla, el creador de la famosa canción, Hasta siempre comandante, Así que montábamos ese tipo de repertorios junto con canciones que nosotros mismos componíamos inspirados en nuestras vivencias sociales y en las luchas políticas que estaba dando el estudiantado. Al calor de ese momento histórico se consolidó El Son del Pueblo, conformado por Ricardo de los Ríos, Gustavo Martínez, Louie Martínez, Leonardo Sossi y yo. Leonardo era un soprano tenaz de quien recuerdo mucho a su padre porque siempre tuvo la esperanza de que su hijo se convirtiera en un gran cantante de ópera y se la pasaba repitiéndole: “Chiflamicas desaprovechado, dizque haciendo música protesta y para peor salsa, justo pa´morirse de hambre”. Me causaba gracia porque lo mismo pensaban muchos padres, aunque afortunadamente los míos no. El Son del Pueblo era un grupo esencialmente acústico, lo único que teníamos de viento era la flauta traversa metálica que tocaba Louie, con quien hacíamos una especie de charanga en donde Ricardo de los Ríos era el violinista. Fuimos el primer esbozo de charanga que hubo en Bogotá y creo que en Colombia, al estilo de la Orquesta Aragón. Por supuesto con menos instrumentos: tiple, guitarras, bajo, violín, flauta y voces. Para tener cabida en las discotecas de la época lo que hicimos fue empezar a montar la música que se ajustaba a nuestro formato instrumental, que era la del Trío Matamoros, Guillermo Portabales, El Septeto Nacional y Los Guaracheros de Oriente. Fuimos los primeros que tocamos El Son de la Loma, y hasta hoy la he cantado millones de veces. También El Carretero y la inmemorable canción que dice: “esa negra linda camará que me dio bilongo, esa negra santa camará que me dio bilongo, kikiribú mandinga, kikiribú kiribú mandinga”. Y después de 30 años la gente sigue pidiendo Bilongo.
JOYA: ¿Tocando en bares podían autosostenerse?
MORA: No, claro que no. Vivíamos era de amor al arte, eso no daba para más. En ese momento éramos cuasihippies, con chancletas y bata al piso, nos empezábamos a formar como personas, como estudiantes, como seres humanos y como artistas. Yo estaba en el Teatro Libre, hacía música y también asistía a clases en la Universidad Pedagógica pero nunca terminé la carrera porque mientras estaba estudiando nos íbamos de gira con El Son del Pueblo y con El Teatro Libre por todo el país.
JOYA: Cuénteme de esas giras…
MORA: En principio no viajábamos solamente como músicos sino también como actores porque el Libre no tenía recursos para contratar actores por un lado y músicos por el otro, así que todos hacíamos de todo un poco. En 1983 conformamos una delegación de treinta personas y nos fuimos de gira por la República Popular de China. Montamos un espectáculo muy completo, con danza, teatro y show de circo. El compositor de la música fue Eduardo Carrizosa, quien es hoy el director de La Sinfónica, y las obras musicales para teatro las escribió Francisco Zumaqué. Después de esa primera gira continuamos por Europa. Alquilamos un bus y, cual hippies, regateábamos de todo en donde fuera, tocamos las puertas en muchos lugares y montamos nuestro espectáculo en distintos sitios al aire libre.
JOYA: ¿Y cómo sale El Son del Pueblo del teatro para tener una vida musical propia?
MORA: Eso sucedió a mediados de 1982. Como el teatro no disponía de recursos económicos para pagar nuestro trabajo, nos vimos obligados a buscar la forma de autosostenernos. Así que decidimos empezar a trabajar independientemente como músicos y por eso, montamos otros repertorios y nos fuimos del teatro a tocar las puertas de los bares para hacer presentaciones en vivo. Justo cuando el movimiento salsero estaba en furor.
JOYA: ¿Tuvieron suerte? ¿Dónde pudieron presentarse?
MORA: Indudablemente hay que hablar de La Teja Corrida, el lugar donde para mí empezaron todos los movimientos salseros de la ciudad. Gracias a la confianza de Jorge Ramos, uno de sus dueños, entramos a figurar como uno de los grupos salseros más importantes de la época. También estuvimos en La Montaña del Oso y en el primer Goce Pagano, el de la 22 con 13, de César Pagano y Gustavo Bustamante. Eran discotecas sencillas, nada lujosas, no muy grandes y sin una tarima musical muy adecuada pero con un ambiente rumbero maravilloso.
JOYA: ¿Tuvieron suerte? ¿Dónde pudieron presentarse?
MORA: Indudablemente hay que hablar de La Teja Corrida, el lugar donde para mí empezaron todos los movimientos salseros de la ciudad. Gracias a la confianza de Jorge Ramos, uno de sus dueños, entramos a figurar como uno de los grupos salseros más importantes de la época. También estuvimos en La Montaña del Oso y en el primer Goce Pagano, el de la 22 con 13, de César Pagano y Gustavo Bustamante. Eran discotecas sencillas, nada lujosas, no muy grandes y sin una tarima musical muy adecuada pero con un ambiente rumbero maravilloso.
JOYA: ¿Y qué representó un lugar como La Teja Corrida para usted como salsero y para los demás salseros de la época?
MORA: Bueno, lo primero que se debe saber es que fue allí donde surgieron grandes músicos reconocidos hoy día. La gente piensa que orquestas como Niche y Guayacán nacieron en Cali y eso es mentira. Ellos se formaron fue acá en Bogotá y en La Teja Corrida, donde empezamos una cantidad de grupos en los años 80. Jairo Varela andaba por las calles con un cuadernito debajo del brazo en donde estaban sus composiciones, se la pasaba empeñando cuanta cosa pudiera para poder sostenerse y seguir en la movida de la música. Tenía una chirimía y cantaba la salsa folclórica y la salsa chocoana, andaba de puerta en puerta esperando a que le pusieron cuidado, algunas veces tocaba en Quiebracanto, de la 5 con 17, y otras en el Goce de la 22. La Teja Corrida era un lugar maravilloso. Un microcosmos. Allí tú te encontrabas con todo el mundo. Quiero decir, con todo tipo de expresión de la ciudad: la vida política, la vida artística, la vida social. Los ministros iban a La Teja a tomarse sus tragos. El famoso periodista Iader Giraldo murió allí de un infarto provocado por exceso de alcohol porque estaba enfermito del corazón. También iba gente del M-19 y conservadores. Sucedía algo bien interesante y es que era el lugar donde todos se abrazaban sin importar su condición social, y compartían tragos al son de una misma música: la salsa. Personalmente creo que es un ritmo tan delicioso y bien hecho que no es excluyente y que bien le puede gustar tanto a un intelectual como a un empresario y a un camionero. Escuchábamos a Richie Ray y a los duros de La Fania, a Lavoe, a Blades, a Colón, a Celia Cruz y, por supuesto, nunca dejaban de poner unos buenos temas cubanos. Allí me encontré un par de veces con Miguel Granados Arjona, el viejo Mike, quien programaba música en el sitio, siempre con varios traguitos encima, era todo un experto y ponía unas cosas buenísimas. También llegaban allí todos los artistas internacionales invitados al país porque les decían que era el sitio donde estaba la rumba. Yo tengo muy buenos recuerdos de La Teja, uno de esos fue con uno de los artistas que más respeto: Henry Fiol. Era sábado a eso de las cuatro de la mañana, El Son del Pueblo había terminado su presentación la noche del viernes anterior, cuando de repente un tipo grande vestido como vaquero, con un chaleco marrón sobre la piel, un pantalón azul, unos tenis blancos y un sombrero de copa, empujó las cortinillas que daban entrada al bar y pronunció sin cantar “la juma de ayer ya se me paso esta es otra juma que hoy traigo yo…” Todos quedamos atónitos. No había duda, era el gran Henry Fiol en persona, quien después de su presentación en el Coliseo había llegado a La Teja Corrida para seguir gozando. Entonces, Jorge cerró las puertas del bar y permanecimos allí todo el día y la noche de sábado y domingo. Apenas el lunes en la mañana volvimos a salir. Estuvimos los de El Son del Pueblo, Alexis Lozano, Jairo Varela, y algunas chicas de un grupo que se llamaba Yemayá. Fue una rumba exclusiva e inolvidable. Historias así hay por montones, todo salsero conocía La Teja. Muchos grupos empezamos ahí y aunque nos pagaban muy poco e incluso a veces no nos pagaban a todos nos gustaba presentarnos en su tarima porque el ambiente era excepcional.
JOYA: ¿Y por qué un sitio tan concurrido e importante como La Teja Corrida cerró sus puertas definitivamente?
MORA: Por la mala administración y las deudas. Por andar fiando y creyendo en las cuentas de los alcohólicos. Carlos Uribe, otro de sus dueños, quien era pintor, se fue de la ciudad y Jorge Ramos y sus otros socios no tenían el dinero suficiente para seguir manteniendo el sitio. También hay que tener en cuenta que en Bogotá se empezaron a abrir otros espacios para la salsa y La Teja fue perdiendo su popularidad. Claro, compartir a sus fieles clientes lo llevó a la quiebra.
JOYA: Y muchos de esos nuevos bares salseros aún existen, ¿cuáles recuerda?
MORA: El templo de la salsa por excelencia fue el primer Goce Pagano, de la 22 con 13, en lo que hoy es una zona de tolerancia. En ese bar tuve una experiencia similar a la vivida con Henry Fiol en La Teja Corrida pero con el ya fallecido Daniel Santos. Por la misma cuadra del primer Goce Pagano había otro bar de salsa que se llamaba El Tunjo de Oro en donde programaban tardes con la Sonora Matancera. Trabajaba allí un Dj muy simpático y chiquitico, como yo, que se llamaba Sigifredo Farfán, un gran conocedor de salsa, quien además era hincha furibundo del Deportivo Cali. Un día fue al estadio a verlo jugar y una gradería le cayó encima acabando con su vida. Era un gran musicólogo, quien en varias oportunidades acompañó al famosísimo locutor barranquillero Miguel Granados Arjona en sus programas. Sigifredo era su mano derecha, le programaba la música y le conseguía los discos. Al poco tiempo de su muerte El Tunjo de Oro cerró sus puertas para siempre. Por su parte, en Quiebracanto, el bar de Álvaro Manosalva que luego administró Ismael Matallana, también acogió a muchos músicos.
JOYA: ¿Cuál cree usted que fue la importancia de El Son del Pueblo para el movimiento salsero bogotano? ¿Grabaron un disco? ¿Qué pasó luego?
JOYA: ¿Cuál cree usted que fue la importancia de El Son del Pueblo para el movimiento salsero bogotano? ¿Grabaron un disco? ¿Qué pasó luego?
MORA: El Son del Pueblo es un elemento importante para la historia de la salsa en el país. Además, fue la escuela de muchos músicos que después hicieron parte de otras agrupaciones como el Grupo Niche y Guayacán Orquesta. El primer tresista de El Son del Pueblo, Oswal Serna, se fue con Niche y con su voz nasal se convirtió en corista fundamental de la orquesta, también se fue con ellos Denilson Ibarguen, el conguero de El Son del Pueblo; por su parte, Carlos Britto, nuestro bongosero, terminó como cantante de Guayacán Orquesta. Para la misma época en la que todos tocábamos en La Teja Corrida, El Son del Pueblo tenía montado un repertorio muy guarachero y éramos un cuarteto que realmente estaba sonando bien. Entonces Niche no existía como agrupación ni mucho menos Guayacán. Se podría decir que les llevábamos una gran ventaja pero también debo reconocer que nuestro estancamiento se debió que no supimos proyectarnos a futuro, jamás pensamos en desplegarnos comercialmente y nos conformamos con la idea de hacer música social y punto. Cuando Codiscos nos ofreció la oportunidad de grabar fuimos tan tontos de responderles que lo íbamos a pensar y finalmente nunca tomamos la iniciativa, dejamos pasar la oportunidad. Por su parte, Niche sí tenía muy claro que lo que quería era ser un grupo comercial, gustar al público y vender discos. El Son del Pueblo grabó finalmente hace tres años de forma independiente y más con la intención de guardar el legado musical en nuestra memoria que de vender, porque ya no era nuestro momento. Sin embargo, creo que El Son del Pueblo permanece en la memoria viva de los salseros de Colombia. Los que empezamos ahí después nos dedicamos a seguir haciendo cosas en la música.
JOYA: Usted se involucró luego en la televisión y el cine, ¿cuál fue su camino después de El Son del Pueblo?
MORA: A finales de 1980 yo salí de El Teatro Libre y me vinculé a la televisión, a la vez que hice parte de una orquesta que se llamó Camagüey, en la cual compartí con los músicos Esteban Hänsel Camacho, Denilson Ibarguen y Adolfo Barros. Esa fue mi primera participación como cantante en una agrupación profesional, además, la primera vez que participé en un disco en el cual se incluyeron cuatro temas míos: La Escapadita, Señora de la Suerte, Coco y Piña y Canela, la canción con la cual me recuerdan siempre los salseros.
JOYA: Me puede contar algo más sobre ese tema, ¿En qué está inspirado?
MORA: Al principio no se llamó Canela, se llamó Quiero, en relación con su contenido “quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval, quiero tu voz negra Canela escuchar con su frescura natural sincera…” Fue después con la incorporación de los arreglos cuando el coro empezó a repetir “Canela, Canela…” y por ello le cambié el título. La historia de esa canción es esta: Yo estaba “enrumbadísimo” y muy borracho en un bar de Bogotá, cuando unos amigos me dijeron: “Nos vamos para las fiestas de San Pacho, en el Chocó, camine”. No sé cómo me subieron a un avión en ese estado, todo me daba vueltas y no era para nada consciente de mi destino. De repente, desperté acostado sobre un camastro en medio de un calor infernal, sudando por montones y muerto de la sed. Me encontraba en una casa muy humilde, con pisos de cemento llenos de tierra y alcanzaba a escuchar voces de niños que jugaban en el patio. ¿Estoy en el infierno?, pensé. Al rato apareció una mujer grandota y morena que me dijo: “Yo soy Canela y ésta es la casa de Ramirito”. Después se me acercó un muchacho acuerpado, era Ramirito, para explicarme que mi amigo Camilo me había dejado descansando allí y que ellos estaban en pleno carnaval. “Aquí usted vino fue a gozar, así que disfrute que su amigo lo espera en la plaza más tarde”, me dijo. Bebimos un par de tragos de güisqui, luego Ramirito me pidió que lo acompañara al velorio de un primo recién fallecido: “Hermano vamos solo a dar el sentido pésame, es que por aquí todo el mundo anda enfiestado y nadie quiere saber de otra cosa que no sea fiesta y rumba”, agregó el muchacho. Fuimos al entierro. Y lo que describo en Canela es precisamente lo que yo vi esa noche. La calle estaba empedrada, llena de polvo y suciedad. El funeral parecía más una puesta en escena de una obra de teatro. El féretro reposaba sobre una mesa engrasada y mugrienta cubierta con un mantel amarillento y viejo. Los niños atravesaban la mesa por debajo y reían a carcajadas; los viejos jugaban domino bebiendo güisqui y las mujeres morenas cantaban a todo pulmón esos temas típicos chocoanos: “que yo me quedo con María La O porque a esa negra si la quiero yo…”, a veces le hablaban al muerto, levantaban la tapa del cajón y le decían algo así, “tú qué andabas haciendo que estás tan plácido”, y volvían a cerrar la tapa. Todo eso me pareció sensacional. ¡Qué verraquera morirse así!, pensé. Y a eso fue a lo que le escribí, a ese momento, a la sensación de morir con alegría y festejar la muerte. Todo fue real, salvo que Canela no es una sola mujer sino que representa la voz de todas aquellas que le cantaban a la muerte con tanta alegría.
JOYA: Grabó Canela con Camagüey y luego, ¿qué más hizo con esta agrupación?
MORA: En Camagüey mi paso fue más bien corto. Después me fui para una orquesta de unos pastusos que se llamaba Changó, quienes actualmente se han vuelto a reunir. María Canela surgió como consecuencia de mis experiencias frustrantes con las tres orquestas anteriores. Con El Son del Pueblo casi todo había sido una maravilla, pero tampoco era precisamente lo que yo quería porque gracias a la militancia política del grupo tenía muchas restricciones a la hora de componer y debía escribir mis baladitas a escondidas. Los músicos estaban pensando todo el tiempo en el contenido social y no en la calidad musical y eso me aburría. Con Camagüey viví la peor de las frustraciones porque cuando hicimos el disco y acordamos que cada uno grababa sus canciones yo canté Canela, Coco y Piña y La Escapadita. El disco estaba listo, me fui a Miami a pasar unos días y cuando regresé en febrero para la promoción del mismo me encontré con la sorpresa de que me habían borrado la voz y la excusa que me dio el productor de Codiscos, que se llamaba Rafael, era que le habían dicho que yo me iba a quedar en Estados Unidos y que ellos tenían que promover la producción, por lo que les preocupaba no contar con uno de los cantantes. Eso fue muy frustrante para mí, aunque finalmente me sentía muy contento de tener en un disco mis propias canciones. De hecho los temas fueron tan burdamente borrados que la voz del cantante quedó sobreimpuesta en la mía y por eso las animaciones finales tenían mi voz. Las animaciones de la salsa es cuando uno dice, por ejemplo, “ajá y ahora viene el coro, dale paso, dale paso”, cosas por el estilo. Entonces, Adolfo Barros cantó Canela y Javier Vásquez, el que después fue cantante de Niche, las otras dos. Mi compañera sentimental del momento me sugirió que demandáramos pero no lo quise hacer porque de todas maneras yo me sentía muy feliz con saber que en ese disco estaba mi música. Changó nunca hizo planes de grabar conmigo, así que hicieron cosas por su lado y grabaron con otro cantante, luego sacaron su disco y yo no tuve ninguna intervención. También me sentí muy frustrado con eso. Yo iba de frustración en frustración, por lo que sentí que la única forma de hacer lo que quería y de cantar mis propias canciones era conformando mi propia orquesta. Por eso a mediados del año 1991 busqué los músicos y armé María Canela.
JOYA: ¿Por qué la llamó María Canela?
MORA: Se llamó así porque María es un nombre muy presente en mi vida. María se llama mi madre; mi primera esposa, Maria Adelaida; la segunda, María José; la tercera, María Fernanda; y una de mis hijas se llama María Margarita. Canela porque es mi mejor composición y la que más quiero. Y porque además detestaba los nombres cubanos, no porque tenga algo en contra de Cuba sino porque no entiendo porqué le tienen que poner un nombre cubano a una orquesta colombiana, como por decir algo: Changó o Yorubá.
JOYA: ¿Y cuál era la propuesta musical de María Canela? Supongo, algo distinto a las anteriores orquestas por donde usted había pasado…
MORA: Lo que quería realmente con María Canela era consolidar una orquesta como siempre la había pensado, con muchos trombones porque me fascina como suenan. Tuve la oportunidad de trabajar con el maestro César Monje, uno de los más importantes trombonistas de la salsa y el fundador de una importante orquesta La Dimensión Latina de Venezuela y fue él quien me inició en el asunto de este instrumento. María Canela hace salsa romántica, no rosa; salsa rumbera, que le canta a la vida, al amor, a las dificultades, y también a la felicidad.
JOYA: Definitivamente Canela fue un tema que pegó muchísimo en la radio, una canción muy solicitada. ¿Se sintió respaldado por el medio radial?
MORA: Entrar en la radio es realmente muy difícil, ese es un sector complicado y espinoso, tanto o más que la industria discográfica. A mí me fue bien con Canela en todo sentido, pero creo que su difusión en la radio tuvo que ver con la coyuntura de la muerte de Jaime Garzón, a quien en vida se la dediqué. Cuando Rafael Tovar estaba en La Z me ayudó mucho. Omar Antonio también ha programado mis temas pero no de la misma forma. Sin embargo, resalto mucho el trabajo que ha hecho y que hace esta emisora por la salsa local, porque pocas, como ésta, apoyan e impulsan a los nuevos talentos sin payola. Realmente con las otras emisoras ha sido muy difícil, no nos ha ido bien, y creo que no es algo que nos pase solo a nosotros, porque oigo a muchos músicos lamentarse de eso y de las brutales sumas que les cobran algunas emisoras por programarlos. Por su parte, las emisoras culturales son otra cosa. Radio Nacional me ha apoyado siempre y en Javeriana Estéreo han puesto unos boleros míos viejísimos que en ningún otro lado han sonado, como Renacer. Pero el asunto con las emisoras comerciales es en un lío muy grande, siempre juega la payola, que es algo con lo que yo prefiero no meterme. Salvo cuando una emisora se enamora de un tema o de un artista y lo programa por voluntad propia, pero a decir verdad eso a mí no me ha sucedido. A mí lo que me mantiene y me mueve es el cariño de la gente que asiste a mis presentaciones en vivo, quienes desde siempre han creído y gustado de lo que hace María Canela.
JOYA: ¿Cree que de algún modo María Canela ha dejado herencia a las nuevas generaciones?
MORA: Definitivamente. María Canela se ha convertido en un referente para la gente joven, para los estudiantes que desde un principio nos han ido a escuchar. Santiago y Sergio Mejía por ejemplo, siempre han estado muy cerca de la agrupación y han atendido mis consejos. Nos acercamos muchas veces cuando estaban haciendo su disco inaugural y yo fui uno de los primeros que escuché esta producción antes de que saliera al mercado. De hecho, los conocí antes de que hicieran salsa, cuando eran mis vecinos rockeros y yo me les colaba borracho a los ensayos. Después fui conociendo a otros grupos y hablando con los muchachos que ahora están haciendo salsa, quienes muy respetuosamente se han acercado a María Canela para pedir opiniones, La Conmoción Orquesta y La República, que me fascinan, fueron de los que se acercaron a nosotros y creo que ahora ellos tienen una propuesta realmente interesante.
JOYA: Hay un nuevo movimiento salsero fuerte…
MORA: Creo que definitivamente ese resurgimiento de orquestas que hay ahora se le debe a La 33. Había una cantidad de grupos y de gente que estaban necesitando un espacio y Salsa al Parque no era ni es el apropiado. Mientras el reggaetón y el vallenato empezaban a tomar ventaja opacando a los salseros. Así que lo que hizo La 33 fue marcar una pauta para que también las otras agrupaciones empezaran a moverse y a sobresalir. Ahora la gente joven es la que está escuchando salsa y diciendo, así no reconozca a la agrupación, “eso que suena así de delicioso es de Bogotá”. Yo recuerdo que cuando los de La 33 me llevaron su demo al estudio de mi apartamento pusimos los dos discos, él de ellos y el mío, y luego de oírlos yo les dije: “Pues muchachos, la verdad es que después de escuchar lo de ustedes, creo que lo mío es simplón, cosas chéveres hay, pero un par de baladitas y puede hasta aburrir, en cambio lo de ustedes suena sabrosón, me hace recordar esa salsa de los años 70, al Willie Colón de la calle, al Héctor Lavoe, a los sonidos del barrio, lo de ustedes tiene mucha alegría, realmente ustedes me pusieron a pensar que lo mío está muy fofo”. Y ellos juraban que yo los estaba vacilando, pero no. Realmente me pareció increíble ese primer disco, mucho mejor que el mío y tenía que reconocerlo. Entonces yo no sabía que sucedería con ellos después, pero pude intuir que eran una revelación, que estaban recuperando una salsa espectacular que se había perdido. Puede haber mil discusiones sobre la calidad musical de La 33 y pueden decir que son unos rockeros jugando a hacer salsa o que Santiago no es buen pianista y que Sergio no es buen bajista. ¿Pero y qué? Creo que hay que ser generosos en ese sentido y creo que así se piense lo que se piense de ellos como músicos, finalmente están logrando aglutinar los intereses de muchos otros jóvenes que también quieren hacer salsa. Están abriendo espacios e innovando el ambiente salsero. A mi parecer no suenan mal, y sí, les falta mejorar musicalmente, ¿pero a qué músico joven o incluso viejo no le hace falta mejorar? Lo que ellos tocan lo tocan bonito, lo tocan bien, con alegría e irradian una energía verraca. Creo que como grupo tienen cosas de las cuales todos los salseros deberíamos aprender, me incluyo, tienen una forma de hacer las cosas muy particular que además fue lo que logró llamar la atención de las nuevas generaciones. El debate no debe ser sobre quiénes son o no los mejores, incluso, creo que ese es un debate que hay que acabarlo porque no le está haciendo bien al movimiento de la salsa. Creo que resulta mejor que los grupos nos unamos y compartamos en torno a un movimiento en lugar de dividirnos por orquestas. Bogotá tiene ahora más espacios para todos, por eso no debemos tratar de competir sino de cooperar. De nosotros han dicho 50 mil cosas. Dicen que no existimos, que no salimos, que no sonamos, y realmente a mí no me interesa ese debate. A mí lo que me interesa es hacer mi música, tocar con mi gente y disfrutar lo que hago. Yo creo que aquí cada uno tiene lo suyo y a nadie se le puede negar cada. Cada agrupación le está aportando algo a la salsa a su manera. La 33 le da un nuevo aire, La Conmoción Orquesta, excelente calidad instrumental, el Sexteto Latino Moderno, un buen soneo. Este movimiento es maravilloso, hay de todo y mil posibilidades, se convocan conciertos y se llenan. Quiero que compitan mil escuelas del pensamiento y que eso redunde en beneficio de la salsa.
JOYA: ¿Y cuál es el debate que sí considera importante?
MORA: Sobre lo que está haciendo el Distrito para apoyar a los nuevos talentos, por ejemplo. No debería haber discriminación de grupos en una ciudad que tiene un montón de propuestas musicales distintas para mostrar. Salsa al Parque debería abrir más espacios y los organizadores deberían permitir que fuese el público quien eligiera lo que es bueno y lo que es malo. Eso de que ellos mismos sean los que hacen una preselección genera finalmente una gran división y competencia entre los grupos, que es lo que no permite que las cosas fluyan.
JOYA: Quiere decir que Salsa al Parque no cumple muy bien su función…
MORA: Digamos que el espacio existe y ya. Pero falta mucho para que los bogotanos realmente puedan ver todo lo que hay que ver. No se puede negar que han traído a grandes personalidades de la salsa internacional, pero también es cierto que le niegan la posibilidad de presentarse a muchos nuevos talentos con la excusa de que no están sonando bien. ¿En el criterio de quién?
JOYA: Y para usted sí hay muchos que están sonando bien. ¿Por ejemplo?
MORA: La nueva salsa colombiana tiene elementos que con más claridad que los de antes los distinguen regionalmente. La fusión también es una nueva forma de la salsa que está siendo recibida auditivamente con éxito. Quiero rescatar que eso ha tenido repercusión en todos los géneros y no solamente en la salsa. Por ejemplo, en el tropipop, al cual divido en dos grupos, el bueno y el malo. El bueno, creado por Carlos Vives, quien rescató del rock lo que le gustaba y lo fusionó con la música propia de su tierra logrando excelentes sonidos. Y el malo, los nuevos grupitos que creen que cantando con voz aguda y sin ritmo imitan al maestro, pero la verdad es que no le alcanzan los talones, como Mauricio y Palo de Agua y Wonka. Por la parte musical salsera, los que me gustan son los de La República o los del Sexteto Latino Moderno y los de la Conmoción Orquesta, quienes son excelentes instrumentistas. Por otro lado, también me parece bacano el rescate de los sonidos de la salsa vieja, pero la idea no es quedarse repitiendo a Héctor Lavoe y a Rubén Blades, sino incorporar a estas viejas técnicas tan “sabrosongas” unas características novedosas que creo que es lo que está haciendo La 33. Aunque como en Bogotá siempre se ha hecho salsa, lo nuevo más que nuevo es revelador.
JOYA: ¿Por qué cree que Bogotá no es reconocida como una ciudad salsera si siempre ha tenido salsa?
MORA: En Bogotá se ha hecho de todo y como ya lo dije las orquestas más famosas de Colombia empezaron aquí. Pero creo que todo radica en la cultura del cachaco y en la idea de que en una ciudad fría no se baila un ritmo caliente. Pero eso es falso, los bogotanos no son tan aburridos ni tan esnobs como se les imagina. De hecho, las bogotanas también tienen un estilo para bailar muy “sabrosongo”. Si a Bogotá no se le reconoce como ciudad salsera es simplemente por la torpe de idea de que los cachacos no tienen sabor.
JOYA: Porque lo tenemos es que seguramente hay más de 50 bares de salsa en la ciudad…
MORA: Hay muchos bares. Pero como siempre no todos disponen de las condiciones necesarias para escuchar la música en vivo. La mayoría de las tarimas para presentaciones que tienen estos lugares siguen siendo improvisadas, pero existen. El problema radica en que la noche en Bogotá fue alguna vez censurada terriblemente con la Ley Zanahoria y con esa situación era casi imposible para los empresarios de bares y para los mismos músicos pensar en hacer presentaciones. Los dueños no se preocuparon por adecuar espacios para los músicos e incluso muchos cerraron sus puertas. Ahora que la situación ha mejorado bastante, a pesar de que los clubes tengan que cerrar sus puertas a las tres de la mañana, contamos con infinidad de bares especializados en salsa por toda la ciudad. En Chapinero, como Son Salomé y Salsa Caribe; en el centro, como Quiebracanto, Casa de Citas y El Rincón de Maelo; en el sur, hacia la Primera de Mayo, como Rumbavana y el Palladium bogotano. Hay de todo, para todos los presupuestos y gustos, pues no es la misma salsa la que se escucha en el sur que en el norte.
JOYA: Porque no en todos los bares salseros se escucha la misma salsa, ¿cómo hacer la distinción claramente entre la salsa que suena en el sur y la que suena en el norte?
MORA: Es una generalización pero podría decir que en el sur escuchamos con más facilidad a Maelo Ruíz y a Víctor Manuel, y en el norte a Los Van Van y a Cachao. Eso sí, a La 33 la escuchamos donde sea, así como a otros grupos bogotanos que se presentan en cualquier sector de la ciudad.
JOYA: ¿Bogotá, capital de la salsa?
MORA: Creo que no podemos ser tan sectarios y decir que en los demás lugares no se está haciendo salsa porque es mentira. En Cali se sigue haciendo y en Barranquilla y en Medellín, tal vez no la misma cantidad ni de la misma manera como sucede en Bogotá porque el movimiento fuerte sí está aquí. Y sí, se podría decir que Bogotá se convierte ahora en un epicentro salsero por las oportunidades que tienen aquí los músicos, pero del mismo modo, hay lugar para muchos tipos de música. Igual en otras ciudades del país, la salsa también se está moviendo y en realidad lo que es interesante es ver cómo la salsa bogotana se diferencia de la caleña, y de la de Medellín y de la Barranquilla, cómo su golpe es otro. A mí personalmente me gusta más el golpe de Cali, me parece que ese es más el golpe colombiano, que en Cali se escucha más salsa colombiana mientras que en Bogotá se escuchan orquestas muy buenas que rescatan los sonidos de la salsa vieja y uno siente en algunas orquestas de la capital el sonido cubano, el sonido puertotriqueño, el sonido que llega de otros lados. El sonido de Cali se reconoce en donde sea como salsa colombiana. Por ejemplo tu pones a Son de Cali en Miami y cualquier persona va a decir “ah, eso es salsa colombiana”. La salsa bogotana ya se empieza a diferenciar, al menos para los mismos colombianos, pero en realidad los tipos de arreglos de la salsa bogotana son mucho más globales. Tengo que reconocer que aunque me gusta mucho la salsa que se está haciendo aquí, a mí Bogotá me suena todavía muy suave, me suena para sentarme a escuchar…
Fuente: 14 SONES
Una historia oral de la salsa en Bogotá
Marcela Joya
Trabajo de grado para optar por el título de comunicadora social y periodista
Director:
Mario Jursich Durán
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Comunicación Social y Lenguaje
Comunicación Social
Bogotá D.C 2009
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