Miguel Camacho Castaño
Músico, crítico y realizador radiofónico
Semana, HJCK y Javeriana Estéreo
Bogotá, Colombia
Parecería sencillo alimentar el perfil de un hombre como Gabriel Rondón, que dejó en la memoria de su público la imagen inconfundible del guitarrista de sombrero que, casi siempre silencioso, se sentó frente a su atril para que la elocuencia brotara de las cuerdas de su guitarra.
“Si tú supieras mi sufrimiento,
si te contara la pena tan grande
que llevo tan dentro…”
Parecería sencillo alimentar el perfil de un hombre como Gabriel Rondón, que dejó en la memoria de su público la imagen inconfundible del guitarrista de sombrero que, casi siempre silencioso, se sentó frente a su atril para que la elocuencia brotara de las cuerdas de su guitarra.
Contraria a la idea de que se pudiera tratar de un ser taciturno y tímido, recuerdo a Gabriel con la capacidad generosa de abrirle los brazos a la amistad, no sabré nunca si alguna vez se arrepintió de ello, pero la verdad es que sobre este hombre, que sus más cercanos colegas llamaron cariñosamente “el viejo”, jamás oí un comentario negativo. Mereció con Joe Madrid, con Armando Manrique, con Javier Aguilera y seguramente con unos pocos más la patria potestad del jazz en Bogotá, asunto que refuerza el carácter cosmopolita de su personalidad musical, comoquiera que había nacido en Medellín, se sentía barranquillero y moldeó su talento en los escenarios y las calles de esa misma California que vio nacer a Cal Tjader y a Dave Brubeck; caminó de la mano de Benny Velarde y Francisco Aguabella y estaba ahí cuando Carlos y Jorge Santana tañían sus guitarras para la creación del rock latino que hizo su erupción definitiva en Woodstock y que, como su padre directo, el rock and roll, llegó también para quedarse.
Trajo Gabriel a Colombia un precioso exceso de equipaje musical que alcanzó para la formación de su propia generación de músicos y de todas las que siguieron hasta hoy. Trato de hacer memoria buscando siquiera uno solo de los músicos colombianos de jazz que no haya tocado… o hablado, o consultado a Gabriel Rondón, y la verdad es que no aparece; algunos de los que he conocido recientemente, como Andrés Correa, tienen su propia historia con él, su recuerdo, su respuesta, su referencia directa.
Me remonto a “Doña Bárbara” y se me nubla la mirada con la nostalgia húmeda que produce recordarlo con los ojos cerrados, con el tronco hacia atrás y con una prodigiosa digitación coordinada con el scat aprendido de Armstrong, que probaba con creces a la audiencia que lo que hacía George Benson en Norteamérica no era un milagro
En “La Pola ”, junto con su hermano; con Gabriel Cuéllar, y con Jaime Córdoba, compañero de lides musicales y empresariales, se gozó un repertorio latino que para muchos de nosotros encontraba su clímax en la versión que arregló del bolero “Si te contara”, el mismo que ha volado para fortuna del repertorio latinoamericano en las alas de los más talentosos.
Al Teatro Colsubsidio llegó con un proyecto progresivo y arriesgado que nombró “Bitches Brew” en homenaje a Miles; fue un gran concierto al lado del pianista norteamericano Douglas Mapp, hoy catedrático de Morgan University y quien acaso aún no se haya enterado de la inmortalidad del amigo.
Fue el referente fundamental de Pacheco en la edición original del programa Compre la Orquesta cuando le encajó el apodo del “sombrerón” a su arreglista de cabecera, quien había independizado el papel de los instrumentos para la realización eficaz del concurso.
Tuve la suerte y la fortuna de presentarlo en la sala Los Acevedo del Museo de Arte Moderno (tal vez nuestra primera aproximación directa) y luego en el Teatro Libre de Bogotá dirigiendo la Big Band como el más autorizado frente a, más que sus colegas, sus amigos en el jazz y además en homenaje al verdadero catedrático del género en Colombia, el doctor Roberto Rodríguez Silva.
Compartimos muchos su alegría cuando pudo hacer realidad el proyecto “Orekagua” que, quién lo creyera, se iba a convertir en su canto de cisne y que, como tal, lo retrata en la plenitud de un talento suficiente para el dominio de las distintas músicas de Colombia.
Es prácticamente imposible tratar de independizar los recuerdos; su ejercicio musical en el escenario se va agolpando en la memoria y va siendo reemplazado por uno más reciente… por uno más antiguo… por la imagen y el sonido de un solo inolvidable, incluso por la fotografía mental de la expresión de su rostro en el cuidado meticuloso con que acompañaba cada una de sus notas.
A pesar de haber contado con su presencia y su talento haciendo parte del grupo dirigido por Carlos Zagarra en una de las sesiones de la Fundación Santillana , voy a quedarme con ese atardecer del año 2005 cuando a solas sobre el escenario, con María Rivas, inauguró una noche histórica en la interpretación inolvidable del Summertime de Gershwin.
Chao Gabriel… no quiero decirlo de otra forma.